viernes, 17 de septiembre de 2021

 

VUELO MESOZOICO

Surcando los exuberantes pastizales del índigo firmamento, sobre el lomo de mi pipiolo e idílico Pterosaurio; el caramelo de mis exorbitadas pupilas, se metamorfoseó al atisbar la imponente envergadura de mi alado correligionario, reflejada en las silenciosas y cristalinas aguas de una zigzagueante albufera; sobre la cual cabalgaba elegantemente una esbelta y enigmática ínsula, de cuyo espinazo emergen elegantes y corpulentas murallas color rosa, dando forma a un singular alcázar, cuyas atalayas fracturan con esbeltez la espesa arboleda.

Después de varias horas de planeo, sobre el colosal dorso de mi alado compinche, por la inolvidable era secundaria, mis seiscientos cincuenta músculos aterrizaron abruptamente en el mullido jergón de mi lecho, haciéndome despertar ipso facto de ese prehistórico sueño.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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martes, 14 de septiembre de 2021

 

BALANCÍN CÓSMICO

    Un efervescente atardecer de ocio vacacional, arreglando el desbarajuste acontecido por el fenecimiento de la yaya Ana, nosotros los entristecidos vástagos, encabezamos un plan de búsqueda de los posibles tesoros que podría tener la vieja entre sus infinitas posesiones. Posteriormente revisamos habitáculo por habitáculo de toda la propiedad sin hallar nada sobresaliente. Al bajar la deteriorada moldura barroca que de pared a pared y de piso a techo abarcaba el resplandeciente y antiquísimo cristal, en el cual, todos otrora habíamos reflejado nuestras esbeltas y elegantes siluetas; nuestros alucinados ocelos descubrieron la existencia de un fraudulento portón que daba acceso a una humedecida e iracunda catacumba desconocida por toda la parentela hasta ese instante. Anonadados por el sorprendente hallazgo dispusimos hender el desconocido pórtico e internarnos en ese misterioso y desconocido paraje, al impeler el portón se escucharon los melodiosos chillidos de las añosas charnelas dejando al descubierto un pasadizo atiborrado de blanquecinas telas de arañas, al dar el primer paso encontramos un envejecido candil que encendimos con unos fósforos de madera que estaban a su lado, entramos abriéndonos paso con una despeinada barredera que enrollaba los finos hilos en sus desgastadas hebras dejando al descubierto las paredes de la catacumba. Pasados algunos minutos, aparecieron unas tenebrosas y enmohecidas escalinatas dando acceso a un grisáceo y desordenado salón donde escrupulosamente colocados se observaban algunos elegantes, pero trasnochados muebles estilo Luis XV, carcomidos por el polvo y la humedad; de las desgastadas y rústicas paredes pendían escaparates de fina madera y algunas descoloridas obras de arte abstracto, en el rincón más remoto cubierto por décadas de polvo, se hallaba un corpulento baúl de cedro adornado con un antiquísimo cerrojo que llamó poderosamente nuestra atención por ser el único que tenía un extraño llavín pendiendo de su cerradura. Cuando estábamos frontis al enorme cajón giramos el llavín y abrimos la pesada cubierta, que al generar un ángulo de 90 grados dejó salir el delicioso aroma con el que recordábamos a la yaya Ana, acompañado de un minúsculo polvillo que penetró por nuestras fosas nasales propiciándonos una alérgica sacudida, después del unánime estornudo nuestras cabezas regresaron al misterioso baúl a conocer su delicado contenido, para nuestra sorpresa la yaya albergaba en esta arca los más bonitos recuerdos de cada uno de sus descendientes, minuciosamente empacados en un exquisito orden en unas talegas de trapo debidamente marcadas, cada uno de  nosotros tomó la bolsa con su nombre, inicialmente un estrepitoso silencio inundó la sala, para luego expandir los estruendosos lloriqueos que emergían de nuestras humanidades al ver los bellos recuerdos que ya habíamos dejado en el olvido.

Para ser honesto, el recuerdo que más dejó huella en mi corazón de los que encontré dentro de mi azulada bolsa, fue la fotografía que nadie conocía, o que ninguno de nosotros había visto hasta ese momento que tenía en el respaldo escrito en tinta negra 16/12/1975, en la foto aparecíamos mi prima Sonia y yo, montados en el destartalado sube y baja de la finca del abuelo Jairo en una estrellada noche, ustedes dirán ¿qué tiene de extraño un par de niños montando en un sube y baja en una noche estrellada? Les explicaré, en las vacaciones de fin de año durante esas fantásticas noches de lluvia de estrellas, Sonia y yo, jugábamos y soñábamos siendo astronautas que volábamos en la más sofisticada y moderna nave espacial, que tenía un enorme y tecnológico telescopio con el que observábamos las galaxias lejanas, cada vez que Sonia y yo llegábamos a la finca del abuelo nos programábamos para hacer realidad nuestros sueños de ser astronautas montando en el sube y baja que nos transportaba al cielo 

Hoy, cuatro décadas y media después, al encontrar este tesoro me doy cuenta de que aún nos faltan muchos sueños por cumplir.

                                                 Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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lunes, 13 de septiembre de 2021

 

RETORCIDA APETENCIA MORTAL

La friolenta frondosidad noctívaga, es el proscenio ideal donde ella, (la doncella más codiciada de la villa) deja al desnudo las hechiceras  armas de seducción presentes en su pubescente e idílica estampa, (ciento ochenta y cinco centímetros de hermosura, con peligrosas y bien acentuadas curvaturas, epidermis acanelada, ocelos esmeraldados, frondosa cabellera azabache…) mientras se extasía dejando peregrinar por la totalidad de su ser, el glacial torrente del aturquesado riachuelo, que zigzaguea con silencioso bullicio, escudriñando con altivez la encumbrada senda del bosque nocturno, en post de su apetecido estuario. 

Los apocalípticos y descarriados ramales, que delimitan el celestial entorno, sirven de infalible madriguera para que Lorenzo (el macho más pusilánime y antiestético de la población) se sumerja cada ocaso, en los más lujuriosos pensamientos (ese cuerpito será mío, sólo mío, yo seré su amo y señor, la veré caer tendida a mis pies) y desfogue sus más atrevidas pasiones varoniles, sin que ella, ni siquiera lo imagine.

En la aurora, de un canicular domingo de junio, encontraron los restos mortales de Lorenzo, en cueros, tendido y maniatado en su estratégica guarida, cerca de la pedregosa orilla del azulado afluente, en medio de una tenebrosa telaraña de raíces.

                                     Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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viernes, 10 de septiembre de 2021

 

MI ENTORNO SANADOR

El efervescente vaivén de las salerosas olas del insondable mar, en un abigarrado ocaso azafranado, es mi más sublime fármaco, que desintoxica mi patológica psiquis. El universo de mis sentidos, se expande al pisotear las cosquillosas arenas del blanquecino litoral. A lo lejos, se divisa un dúo arbóreo que desea conquistar, con sus exuberantes ramales la inmensidad del tornasol cielo. Bajo la custodia de uno de esos melancólicos árboles, cuelga una tímida y albina hamaca, donde he pasado mis más acompañados, inolvidables y restauradores momentos de soledad.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez 


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lunes, 6 de septiembre de 2021



JOLGORIO EN LA COCINA

En una imperturbable y acalorada noche de vacancia, donde el corpulento satélite destapaba a la vista de los distraídos noctámbulos toda su enigmática redondez, a Jacinto se le dificultó dormitar, extenuado de dar vueltas en su abrazador y placentero lecho nupcial. decidió poner en pie sus escuálidos ciento cincuenta centímetros de altura y encausarse rumbo al tentador refrigerador, a ingerir algún manjar para sobrellevar esa alevosa agripnia que desde hace varios días lo estaba atormentando. A paso lento e iluminándose con un fanal de juguete que le regaló su hija menor, ya con poca batería y a punto de apaciguarse, bajó los imprudentes peldaños de la escalinata de caracol. Un paso antes de tocar la escandalosa y batiente puerta de la cocina percibió una algarabía que brotaba del interior. anonadado por los sonidos que estaban penetrando por sus atolondrados conductos auditivos, vio, a la entrada del escalofriante cuarto de San Alejo, tirado, el viejo y rayado bate de béisbol profesional de su primogénito. lo tomó, y ya armado de incontable valor, abrió la escandalosa puerta de una certera coceadura y entró despacito refugiándose a la sombra del bate. Ya dentro del recinto culinario quiso guarecerse tras la estufa para desde allí, observar de donde salía esa algarabía.

En la iracunda oscuridad del frio lugar, permanecía Jacinto, inmóvil y con los cordones neuronales encrespados. Esperó unos minutos para darse cuenta de dónde venía el bullicio. fue hasta el tentador frigorífico donde sólo escuchó el sonsonete emanado por el insolente motor; gateó hasta el patio de ropas encontrándose de frente con la irreverente y mal humorada lavadora y las atrevidas azafates de ropa cochambrosa que su consorte había dejado. Luego separó pausadamente las compuertas de la despensa principal, encontrándose frente a frente con el real motivo de aquella descomunal jarana. Sus enormes ocelos negros, decorados con unas alegres y encrespadas pestañas, quedaron inmóviles al divisar el inesperado hallazgo. Pasados unos instantes, ya un poco más tranquilo, Jacinto se mimetizó tras las compuertas quedando boquiabierto al ver la dimensión de la francachela que estaba acaeciendo en las frígidas entrañas de su insaciable despensa.

En primera instancia, pudo ver en el rincón del fondo, donde permanecía una estridente charanga dirigida magistralmente por el robusto, peludo y mal encarado Coco, que con su sabrosura caribeña descifraba con maestría la percusión. La refunfuñona Cebolla tocaba con entusiasmo la estridente trompeta. El viejo verde y barrigón, Aguacate, extraía melodiosas notas de una desgastada guitarra clásica. La despeinada y desabrida Coliflor sustraía esbeltas notas a un destemplado piano. La esbelta y granosa Mazorca interpretaba como una diosa un quisquilloso; mientras el picante y feo Jengibre ecualizaba con sutileza el sonido y monitoreaba las luces de neón desde la consola.

En el estrecho, húmedo y oscuro recodo del frente, Jacinto, alcanzó a divisar una enorme tasca donde el descolorido y obeso Repollo elaboraba junto a la cariñosa y regordeta Lechuga, unos inimaginables brebajes que la mimosa y despistada Manzana disfrutaba mientras atropellaba con lujuriosas miradas a un antipático Limón que veía a su diestra. la enigmática Fresa, recostada en la barra sollozaba por que el malnacido Melocotón, su gran amor, le había transferido su querer a una descollante y sinvergüenza Granadilla, diez años más joven. El extrovertido y pintoresco Ají, con su mirada penetrante, le hacía morisquetas a una hermosa y bien arreglada Pera, a la que un viejo y conocido Pimentón había dejado plantada. Las inexpertas Uvas en racimo chismoseaban mirando cómo, en la pista de baile, estaba la obesa Berenjena bailando sola porque nadie la invitaba debido a sus desproporcionadas curvas; el encrespado Brócoli y la malcriada Piña conversaban mientras movían sus poco estilizados cuerpos al ritmo de la música, saboreando los temidos cócteles. El descarado Melón y el imprudente Perejil permanecían al borde de la pista atentos al cambio de tanda melódica para optar por danzar con la despampanante Zanahoria, y la despistada Mandarina quienes se estaban robando las miradas de todos por su espectaculares y sensuales movimientos.

Jacinto, con sus desconcertados ojos azabache congelados, no podía creer lo que estaba observando; se pellizcó para sentir si estaba vivo. Minutos después, el cucú del cronógrafo de la cocina salió de si nidal once veces, dando comienzo a la hora loca en el aparador. Todos los invitados saltaron a la pista a mostrar sus habilidades en el arte de la danza. La inquieta Papaya y la solitaria Berenjena se unieron para dirigir la coreografía a la que se fueron acoplando la excéntrica Naranja, el tímido Tomate, el escuálido y mechudo Apio, el irreverente Pepino Cohombro, el sofisticado y mal encarado Zucchini, la voluminosa Ahuyama, la simpática y esbelta Sandía, las entristecidas Papas, los desatinados Ajos, los ardientes Plátanos y los demás asistentes.  

Cuando las manecillas del reloj se agazaparon en la parte superior, marcando el final del día, el excéntrico y carismático Jengibre extinguió la incandescencia de los insoportables y temerarios reflectores dejando el apapachador paraninfo atrapado en una completa e insostenible penumbra. Durante el estrepitoso soniquete de un imprudente redoblante, una inmaculada luz cenital rompió las tinieblas resaltando las armoniosas siluetas del Banano y la Zanahoria quienes, con unos delicados y melodiosos movimientos corporales, aún sin música se estaban robando la atención de todos. Luego, con su armónica dicción anunció el portentoso espectáculo de media noche, donde el dueto campeón mundial de baile de salón demostraría su talento. El despampanante par de artistas embelesó a la frutal audiencia con un fascinante tour musical por las diferentes culturas, países y regiones del mundo danzando sus tan variados ritmos.

Con la multitud de miradas volátiles recorriendo poro a poro sus sudorosas corporeidades, después de casi sesenta minutos de exhibición, la enloquecedora pareja metamorfoseó su colorida indumentaria para complacer a los exigentes asistentes danzando una divertida milonga argentina. Fue tan impactante el espectáculo que Jacinto, mimetizado tras las compuertas de la alacena, con sus retinas congeladas palmoteó tan estrepitosamente que todos sus parientes volaron como gacelas en peligro de sus aposentos. sorprendidos por el inexplicable escándalo que su imprudente e insomne pariente hizo a la mitad de la noche, haciéndoles saltar de sus yacijas. Jacinto, al verse rodeado de su familia en pleno, quiso explicarles lo que había visto y oído en el armario, pero su conducto fonador se paralizó del susto y no emitió ningún sonido durante más de cinco minutos; tiempo en el cual pensaba como les contaría esta historia tan rocambolesca e inverosímil para las mentes sencillas de su esposa e hijos.

Las neuronas de Jacinto revoloteaban sin control. pasados unos interminables trecientos segundos despertó del asombro, sus irreverentes cuerdas vocales retomaron su estado normal dejando fluir desordenadamente uno a uno vocablos con los que pretendía explicar los hechos a sus incrédulos parientes. como era de esperarse, su irritada parentela no entendía ni creía nada.

Este acontecimiento fue motivo de burla durante varios días, por parte de sus incrédulos familiares. Pocas semanas después, durante un paradisiaco crepúsculo en el que compartían una apetitosa parrilla argentina en familia, la exuberante ama de casa y los intrépidos moradores juveniles fueron testigos presenciales de una nueva y exorbitante gala en la bodega, quedando impresionados por su incredulidad. ipso facto y en común acuerdo, decidieron pedirle perdón a su amoroso pariente por las burlas emitidas aquellos días desde que descubrió las fantasmagorías rumbas en su atrayente aparador.

Aquella mágica e insospechada alacena, cada noche se transfigura en un quimérico paraninfo donde convergen miles de historias al compás de la música y del baile que Jacinto disfruta en los ya muy pocos días de insomnio.       

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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domingo, 5 de septiembre de 2021

 

AL QUE LE GUSTA LE SABE

    En un flamante crepúsculo primaveral en una recóndita estancia, en el ombligo de un estrambótico y cascarrabias vergel con fecunda florescencia escarlata, escoltado por dóciles lepidópteros policromáticos que cabalgaban alegremente por la vastedad del grisáceo empíreo, circulaba un insólito mortal, embalado en un extraño atavío que encapotaba la universalidad de su piel. Remotamente su desacostumbrada estampa timó mi visión incitándome a fisgonear su etimología. me arrimé lentamente para intuir quién era, sus atemorizadas pupilas detrás de la transparente visera del flamante yelmo, se cruzaron con mis aterrados ocelos, que se percataron que esa silueta pertenecía al científico progenitor de Fabio, mi mejor condiscípulo, Yo:(con algo de indiscreción) ¿Quién es usted?, El: (habiéndome reconocido de inmediato) soy yo, Fabián el papá de Fabio, Yo: ¿Qué hace usted aquí con esa indumentaria tan extraña?, El: soy alérgico al polen y estoy escudriñando sobre la pluralidad de usufructos de las diversas florescencias naturales, ¿me puedes atesorar esta confidencia?, Yo: ¿Por qué debo guardar algo tan sencillo y simple? El: como soy alérgico al polen, mi progenie y mis galenos me tienen contraindicado el quehacer con plantas porque puedo generar una reacción fatal, Yo: entonces ¿seré cómplice de un posible fallecimiento?, El: en lo más mínimo, tranquilo, esta es mi postrera excursión al vergel, Yo: está bien, el enigma estará custodiado como debe ser, El: próximamente saldrán los resultados de mi investigación y tu estarás en la lista de colaboradores, Yo: excelente, atesoraré esta jornada hasta ese grandioso día, que tenga un feliz día, El: gracias.  

    Pasaron varias hebdómadas y por correo certificado aterrizó en mis manos un ejemplar autografiado por los autores de la más notable gaceta científica donde mi nombre completo aparecía como colaborador del mas importante artículo. Definitivamente custodiar una confidencia sí vale la pena.

                                                                                     Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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sábado, 4 de septiembre de 2021

 

SUEÑOS NÁUFRAGOS

En una oscura, iracunda y bulliciosa alborada, mientras deambulaba por las cosquillosas y cristalinas arenas de una ensenada fantasmagórica que era impregnada por las enigmáticas y policromas aguas de un insolente mar, (¿Cómo será mi futuro? ¿Será que llegaré a cumplir todos mis deseos? Sólo me falta encontrarme un tesoro para no volver a trabajar) permitiendo que la blanquecina arenisca masajeara las desnudas plantas de mis descorazonados pies, y mis pabellones auditivos filtraran el estruendoso silencio del vuelo de las embravecidas gaviotas, que se dirigían a sus nidales con el fruto de la caza para sustentar a los polluelos.

Después de unos pocos minutos, a una distancia miope, mis desorbitados ocelos percibieron una maraña de advenedizos cordeles, que surcaban el firmamento formando una colosal tela de araña; donde un millar de aves manufacturaban sus pintorescos nidales. Mientras me aproximaba con cautela felina a divisar la prodigiosa exhibición animal, (¿Qué será eso? ¿será que mis ojos si están viendo lo que yo estoy viendo? ¿Un barco pirata encallado? ¿será cierto tanta belleza? ¡por fin encontré mi tesoro! Seré rico, ¡Viva!, ¡viva! será rico) mis fatigadas piernas temblequeaban de lasitud, y mis imprudentes pupilas se engrandecían de expectación, al percibir la inesperada encalladura de un antiquísimo galeón que imponía su escultural eslora, ocupando la totalidad del éter con su escultural figura, dejando a disposición de las aves toda su majestuosa conformación aérea.

         Para mi desdicha, cuando mis atrevidos pies hollaron la corroída embarcación atestada de silencios y vacíos, sentí como un torrente de agua helada apagaba mis acalorados sueños y me hacía aterrizar en la cruda realidad. Hoy, aquí tecleando en mi computador estas letras en la soledad de mi escribanía, mis neuronas continúan construyendo fantabulosas historias de cómo, cuándo y dónde encontraré mi verdadero tesoro.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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SIMETRICA FUSIÓN

Ese férvido ósculo irreverente, engendra en la vastedad de nuestros vellocinos un excitante prurito, que singla por el caudaloso piélago acaramelado de la epidermis, un sin número de minutos, evitando encallar; y poco después fondea en la paradisiaca dársena de tu ojeada.

La aleación con tus labios, procrea en mí, un cardumen de melodiosas cadencias melódicas, que cabalgan en el pentagrama de tus inmediaciones femeninas, acrecentando al cien por cien mi romanticismo, hasta generar un tsunami de pasión.

Tus suculentos labios carmesí, son un potentado imán, que exhuman de mi esencia los más profundos fiscos pasionales, dejando asomar el filibustero que alberga la universalidad de mí ser.  

Mis inexpertas papilas gustativas, luego de transitar a paso de quelonios por tus más recónditos parajes, y circunvolar cual cóndor andino por tu exuberante cuadril, tornan extenuadas a encallar en las idílicas arenas de tu sonrisa.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia

 



MÁGICA ESTANCIA

Allí en aquella taumatúrgica y diminuta cabaña, convenientemente enclavada al margen de un insipiente espejo de agua, cimentada con maestría con rústicos troncos, era donde desfogaba la totalidad de mis trigonométricas pasiones juveniles; siempre acompañado de un pletórico tazón de moca recién hecho. A lo lejos, percibía el ocaso de las imprudentes centellas tras el exuberante ramaje de una fantasmagórica arboleda, atiborrada de policromáticos flores y salvajes onomatopeyas que aturdían hasta la insania. En lo alto del empíreo, se divisaba la magnífica sublevación de los indiscretos nubarrones que galopaban plácidamente en un amarillento crepúsculo hasta perderse en la lontananza.

                                                  Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


EQUILÁTERO CANDELECHO CARRASCOSO

Tras unas interminables e iracundas horas de travesía, por un escabroso y truculento soto andino; ya con la deshidratación encumbrada haciendo de las suyas. En el ombligo de la umbrosa floresta, encontré un majo, hermoso, caluroso y triangular bohío, cimentado con selectos leños que interrumpía la bulliciosa calma de mi íngrima andanza. De mi agotada humanidad, al ver la majestuosidad del chalet, que rasgaba con colosal gentileza la llaneza del ecuatorial paraje, germinó una profunda exhalación que tranquilizo mi irracional raciocinio.

Ante semejante magnificencia, mis aciguatadas pupilas, gluglutearon por la universalidad de la rocambolesca estancia; hasta aterrizar extasiados en el ortocentro de la geométrica construcción; en cuyo frontispicio resaltaba un quinteto de benjamines claraboyas clausuradas, en compañía de un rectangular orificio con un par de postigos batientes, dando paso a la incandescente luz que emanaba la chispeante chimenea.

De repente, tras la geométrica edificación, brotó una pubescente vampiresa, que al verme incoó una alucinante travesía en mi dirección, patentizando una angelical cadencia corporal, que desfalcó la totalidad de mis sentimientos, consintiendo un flechazo de cupido, que se perpetua en la actualidad.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia

 

CREPÚSCULO AZAFRANADO

Cuando sus descarados ocelos verdolagas, dejaron entrar la incandescencia de los iracundos tentáculos emanados por la estrella mayor. Su psiquis se preñó con un cardumen de apotegmas, que permitieron a su delirante imaginación, surcar imperturbable por el cítrico ocaso. Ya con sus cinco sentidos despabilados, se percató del suave singlar de un ingenuo velero, que a su paso heredaba al paradisiaco entorno unas tranquilas y delineadas ondas, abocetando con antonomasia un atrevido pentagrama, donde los intrépidos arroaces glosaban con extrema sapiencia, la universalidad de sus tonadas.

En el infinito y silencioso paisaje vespertino, las serenas aguas del melindroso mar reflejaban con opaca nitidez, un inimaginable espectáculo autóctono, donde los irreverentes altostratus acompañaban afectuosamente el decadente itinerario de la calurosa estrella; suscitando unas fantasmagóricas umbrías frente a los decadentes arrecifes que expiran en el augusto piélago.

Estando cloroformizada por tan espeluznante ángelus, su atezada epidermis manifestaba un escalofrío extrovertido. Poco después, al percatarse de la agreste carantoña de su bienquisto, su ensoñación cesó. 

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*


PÉTREO GALÁPAGO

Tras surcar las enfurecidas e interminables oleadas, sobre la celeste inmensidad del enardecido piélago; la exuberante y temeraria proa de nuestro antiquísimo navío, se topó de improviso con un inusual peñasco, un cíclope carey rocoso, quien irrumpía con imponente señorío sobre las azuladas y adormecidas corrientes oceánicas, creando un entorno jurásico.

La totalidad de la avezada marinería atónita, pinchaban su bronceada y marchita epidermis, presintiendo encontrarse en una inverosímil fantasía. Pasado un sempiterno centenar de minutos, ya habiendo descendido del fortuito sobresalto; los más eruditos navegantes, incoaron una minuciosa inspección al animalesco risco, descubriendo en él, una constelación de sorpresas.

En el punto más alto del gigante quelonio rocoso, se concibió un pantagruélico fontanar de cristalinos fluidos salubres, que revolotean por los aires mientras caen al ecuatorial ponto; creando una portentosa catarata que refresca el caluroso entorno. En el ombligo de la animalesca ínsula, se encontraron yacimientos de variadas gemas, que al ser traspasados por los insolentes haces luminosos generan una constelación de multicolores visos. En la cima, en forma de telliz, germinaron un centenar de especies vegetales, preparando el terreno para una fértil arboleda tropical.  

A partir de ese día, la totalidad de cadetes a bordo de la fragata escuela, durante los inclementes itinerarios de instrucción, aparcan frente al rocosa bestia, a escuchar las multitudinarias narraciones sobre su génesis.

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia.*

 

LUNÁTICO RECUERDO

Frente a la insultante y helada belleza de aquel solitario glacial, por mi sentimental epidermis cabalgó un inusual cosquilleo, que hizo erguir todas, sin excepción, mis vellosidades corporales. Mis desconcertadas extremidades en el umbral permitido de lasitud, se mantuvieron en pie; los incandescentes ocelos se aperturaron maravillados ante el frio colorido de la cima nevada; por mis pabellones auditivos recorrían silenciosos vendavales que daban tranquilidad a mi recalentado ser.

La insolente noche crecía, permitiendo que la rechoncha esbeltez del satélite nocturnal, cabalgara elegantemente cual gacela, conquistando cada rincón de la imponente atmosfera, con su encantadora luminotecnia. Mi humanidad entera, cuasi congelada, conservaba la temperatura corpórea al filo de la hipotermia.

Justo cuando el agotador día llegaba a su fin, el punto más alto de la congelada cordillera se metamorfoseo, dejando ver acullá, el imponente y descomunal contorno de un lobezno aullante, con deseos de deglutirse el esbelto satélite.

Los recuerdos de esta inverosímil vivencia, aterrizan en mi mente, cada vez que el campo de juego de mi apasionada existencia, es recorrido y alumbrado por la exquisita pelota lunar.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez


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FLORECER MILITAR

¡Cómo olvidar aquel día! cuando trasegando junto a mi consorte entre los mal humorados y escabrosos senderos de mi escarpado país, existentes desde antaño, con multitudinarias trochas que surcan con extrema elegancia las pletóricas y abruptas cordilleras andinas; guardando innumerables tesoros en el vientre de sus escandalosas e impenetrables pendientes. A cada paso entre la frondosa espesura, podíamos sentir como la Pacha Mama resguarda las mejores sensaciones entre sus inagotables entrañas. En ese clarear, en que sin saberlo transitábamos por la más quebradiza senda de mi terruño, encontramos en medio de una coqueta marisma, un par de borceguís castrenses envueltos en una amarillenta sustancia acuosa. Sin pensarlo, nos adueñamos de ellos como recuerdo de la descarnada confrontación bélica que vive nuestra nación.

Al retornar a nuestra morada, aparcamos en una recóndita arista de nuestro adonis vergel, las botas tal cual las encontramos. Pasaron algunos septenarios sin que las recordásemos. Cuatro menstruaciones después, al rayar el alba, aterrizó en mi cabeza un cardumen de recuerdos que me hicieron volar a ese rincón para saber cómo estaban aquellos escarpines; para mi sorpresa, encontré que del interior de ellas emergían unas fenomenales flores color turquesa que adornaban asombrosamente el rincón. Ipso facto, de mis cuerdas vocales germinaron los más inhóspitos vocablos que alertaron a mi cónyuge, quien con agilidad felina se deslizó hasta mi lado, quedando igual que yo, atónita por la impactante escena.

Ya han pasado varias anualidades desde aquella asombrosa tarde, dictaminamos unánimemente, que ese rincón se transfigurase en un paraje homenaje a los héroes caídos en combate. Cabe decir, que desde aquel inolvidable crepúsculo las flores siempre han estado presentes todos los días del año.

  Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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viernes, 3 de septiembre de 2021

 

DE LOZ HERROREZ ZE HAPRENDE

Abia una bes una pekeña niña que handaba por el vosque cada mañana halgunos diaz se hencontrava con los hanimalez a los que le tenia pánico Y con zu karisma loz enbolbia hasta que heyos zalian korriendo despaboridos Hen hun hinolbidavle hatardezer a zu hencuentro yegó el lovo a quien ella quizo enbolber en zuz locuras Kuando el lovo heskucho las palavras de la donseya lansó huna kolozal carcajada y komenso a vailar alrededor de la chiquiya hella hasonvrada por la hactitud del hanimal penzo heste zera mi gran haliado para que llo zea la reyna del puevlo jajajajajaja grasias dioz por heste milagro holle hamigo lovo tu herez mui inteligente quicieraz cer my conplize para lograr zer la chica rekonozida de la komarka ¿ke disez¿ por ke kieres que yo zea tu komplice la veya niña contezto nezesito un haliado para ke los omvres del puevlo ze fijen en my yo zola no lo  puedo lograr déjame penzarlo mañana te kontezto ¿por ke lo tienez ke penzar tanto¿ lo boi a penzar con la halmoada es huna desision mui difízil zi te zirbe la respuesta mañana zi no ay mas remedio azi zera nos bemos mañana haqui hen heste mizmo citio ha las ziete hen punto asta la bista hamigo

Ha la mañana ciguiente bolbieron ha hencontrarse la niña hi el lovo a la ora en punto el lovo tenia la rezpuesta a la petizion de la pequeña eya himpasiente temvlava de la  hemozion hel lovo ze dio kuenta de la hinquietud kiso haserce el himportante i permanezio en zilensio por hunos minutos la niña dezesperada komenzo a gritar y a dar bueltas  hesperando que el hinquieto hanimal dejara zalir la rezpuesta ha zu hinzolita petizion

Aller lo penze i lla tengo la rezpuezta fue mui difisil cin hembargo hestoi en zanta pas la rezpuezta hez ci haora zolo falta ke me hindiquez tu hestratejia para lograr tu kometido la vellla niña zalto de la hemosion y havrazo a su nuebo konplize ¡no puede zer¡ que huna chiquiya tan joben como tu heste kraneando heza klace de cozas kuando komensamos pregunto el hanimal haora mizmo kontezto la joben bamonos lla para el puevlo bamos y hen el kamino te kuento lo que e penzado

Kuando yegaron a la primera caye del puevlo los nuebos mejores hamigos ya ze avian puezto de hacuerdo y zuz cavesas dejavan zalir huna infinidad de hideaz cuhando pizaron la plasa del puevlo ze hencontraron con hel tio de heya que la hestava vuscando dezezperadamente  por ke su mama hestava henferma i la tenían ke yevar al ospital de hurgencia no lo puedo creher kuando pazo hezo bamos rapido hes mejor no aser hesperar al mediko

Kuando yegaron a la caza de la niña zu mama hestaba hagonisando y con palavras hentre kortadas le dijo tu heres la niña maz vella del puevlo i deves hestar zegura de que todo el mundo te quiere. Por fabor no agas cozas de las que te puedaz herrepentir dezpuez la niña hal hescuchar ezaz palavras de voca de zu madre miro con tristesa al lovo y con zuz hojos yenos de lagrimaz le dijo asta aquí yegó nueztro plan hel lovo aviendo hentendido el menzaje zalio korriendo acia el vosque donde ze perdio zin dejar ueya la mama murió a los pocos minutos i ha partir de eze momento la bida de la niña kanbio convirtiendoze en la mujer mas vella de la probincia. Del lovo no se bolbio a zaver nada la gente prezume que murio de triztesa.


Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez


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