FLORECER MILITAR
¡Cómo
olvidar aquel día! cuando trasegando junto a mi consorte entre los mal
humorados y escabrosos senderos de mi escarpado país, existentes desde antaño, con
multitudinarias trochas que surcan con extrema elegancia las pletóricas y
abruptas cordilleras andinas; guardando innumerables tesoros en el vientre de
sus escandalosas e impenetrables pendientes. A cada paso entre la frondosa
espesura, podíamos sentir como la Pacha Mama resguarda las mejores sensaciones
entre sus inagotables entrañas. En ese clarear, en que sin saberlo transitábamos
por la más quebradiza senda de mi terruño, encontramos en medio de una coqueta
marisma, un par de borceguís castrenses envueltos en una amarillenta sustancia
acuosa. Sin pensarlo, nos adueñamos de ellos como recuerdo de la descarnada
confrontación bélica que vive nuestra nación.
Al retornar
a nuestra morada, aparcamos en una recóndita arista de nuestro adonis vergel, las
botas tal cual las encontramos. Pasaron algunos septenarios sin que las recordásemos.
Cuatro menstruaciones después, al rayar el alba, aterrizó en mi cabeza un
cardumen de recuerdos que me hicieron volar a ese rincón para saber cómo
estaban aquellos escarpines; para mi sorpresa, encontré que del interior de
ellas emergían unas fenomenales flores color turquesa que adornaban
asombrosamente el rincón. Ipso facto, de mis cuerdas vocales germinaron los más
inhóspitos vocablos que alertaron a mi cónyuge, quien con agilidad felina se deslizó
hasta mi lado, quedando igual que yo, atónita por la impactante escena.
Ya han
pasado varias anualidades desde aquella asombrosa tarde, dictaminamos
unánimemente, que ese rincón se transfigurase en un paraje homenaje a los
héroes caídos en combate. Cabe decir, que desde aquel inolvidable crepúsculo
las flores siempre han estado presentes todos los días del año.
Jaime
Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia
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