sábado, 4 de septiembre de 2021

FLORECER MILITAR

¡Cómo olvidar aquel día! cuando trasegando junto a mi consorte entre los mal humorados y escabrosos senderos de mi escarpado país, existentes desde antaño, con multitudinarias trochas que surcan con extrema elegancia las pletóricas y abruptas cordilleras andinas; guardando innumerables tesoros en el vientre de sus escandalosas e impenetrables pendientes. A cada paso entre la frondosa espesura, podíamos sentir como la Pacha Mama resguarda las mejores sensaciones entre sus inagotables entrañas. En ese clarear, en que sin saberlo transitábamos por la más quebradiza senda de mi terruño, encontramos en medio de una coqueta marisma, un par de borceguís castrenses envueltos en una amarillenta sustancia acuosa. Sin pensarlo, nos adueñamos de ellos como recuerdo de la descarnada confrontación bélica que vive nuestra nación.

Al retornar a nuestra morada, aparcamos en una recóndita arista de nuestro adonis vergel, las botas tal cual las encontramos. Pasaron algunos septenarios sin que las recordásemos. Cuatro menstruaciones después, al rayar el alba, aterrizó en mi cabeza un cardumen de recuerdos que me hicieron volar a ese rincón para saber cómo estaban aquellos escarpines; para mi sorpresa, encontré que del interior de ellas emergían unas fenomenales flores color turquesa que adornaban asombrosamente el rincón. Ipso facto, de mis cuerdas vocales germinaron los más inhóspitos vocablos que alertaron a mi cónyuge, quien con agilidad felina se deslizó hasta mi lado, quedando igual que yo, atónita por la impactante escena.

Ya han pasado varias anualidades desde aquella asombrosa tarde, dictaminamos unánimemente, que ese rincón se transfigurase en un paraje homenaje a los héroes caídos en combate. Cabe decir, que desde aquel inolvidable crepúsculo las flores siempre han estado presentes todos los días del año.

  Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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