La malosa
frescura que cabalga por el abrasador litoral mediterráneo es, el preludio de
la galopante saturación de los sueños. El
resbaladizo crepúsculo primaveral es, el punto de partida donde rebuzna el
arsenal de creencias que nutre mi existir. El insípido
verdor de la grama naciente, rebuzna con sutileza anhelando entremezclarse con
las ambarinas chispas del astro. El
liliputiense arrecife, parece susurrarle al oído del azulado piélago, una
alameda de compases generándole una colosal modorra. El agotado césped que relincha durante el crepúsculo es, el
inmarcesible masaje que amamanta la constelación de mis exhaustos músculos. La incomoda banqueta, es testigo silencioso de un maremágnum de
citas sentimentaloides ocurridas en su endurecido lomo cada atardecer. La humilde ardentía de la madera, donde sestean mis agotadas
ancas es, la malosa afta que estimula el avispero de mis deseos. El amarillento follaje, del
añejo ejemplar, escrito por ese anónimo autor, inundó de júbilo mis células
nerviosas, pariendo una iracunda jaqueca. Mi
apetitosa concomitancia con un compendio literario es, la irreverente levadura
que hincha mi paulatino ánimo de evolución. Un
esquizofrénico islote, cacarea ostentando poderío frente al furioso oleaje,
procreando sin querer, un enjambre de policromáticas podagras que a lo lejos
parece una jauría de lepidópteros. El
bullicioso transitar de las cuchillas solares sobre el arenal costero es, el
péndulo que gluglutea por mis gelatinosas entrañas. Los escasos cirrostratos que galopaban en el azafranado anochecer
con una perspicaz artimaña se robaron por unos instantes toda mi atención. Ese
ermitaño y debilucho arbusto deja que la excitante brisa acaricie su escuálido
ramaje concibiendo una piara de susurros apetitosos a mi oído. Ojear un enjambre de grafemas de un texto, en compañía de un
pícaro y seductor cáliz, atiborrado de extracto de moca es, la ambrosia que
grazna reanimando el pentágono de mis sentidos. El
incontenible y seductor aroma del elixir azabache, invade con un descomunal berrido
los dominios de Eolo.
Jaime
Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia