lunes, 30 de enero de 2023

 



INGRIMA ESPERA AL ATARDECER

La malosa frescura que cabalga por el abrasador litoral mediterráneo es, el preludio de la galopante saturación de los sueños. El resbaladizo crepúsculo primaveral es, el punto de partida donde rebuzna el arsenal de creencias que nutre mi existir. El insípido verdor de la grama naciente, rebuzna con sutileza anhelando entremezclarse con las ambarinas chispas del astro.  El liliputiense arrecife, parece susurrarle al oído del azulado piélago, una alameda de compases generándole una colosal modorra. El agotado césped que relincha durante el crepúsculo es, el inmarcesible masaje que amamanta la constelación de mis exhaustos músculos. La incomoda banqueta, es testigo silencioso de un maremágnum de citas sentimentaloides ocurridas en su endurecido lomo cada atardecer. La humilde ardentía de la madera, donde sestean mis agotadas ancas es, la malosa afta que estimula el avispero de mis deseos.  El amarillento follaje, del añejo ejemplar, escrito por ese anónimo autor, inundó de júbilo mis células nerviosas, pariendo una iracunda jaqueca. Mi apetitosa concomitancia con un compendio literario es, la irreverente levadura que hincha mi paulatino ánimo de evolución. Un esquizofrénico islote, cacarea ostentando poderío frente al furioso oleaje, procreando sin querer, un enjambre de policromáticas podagras que a lo lejos parece una jauría de lepidópteros. El bullicioso transitar de las cuchillas solares sobre el arenal costero es, el péndulo que gluglutea por mis gelatinosas entrañas. Los escasos cirrostratos que galopaban en el azafranado anochecer con una perspicaz artimaña se robaron por unos instantes toda mi atención. Ese ermitaño y debilucho arbusto deja que la excitante brisa acaricie su escuálido ramaje concibiendo una piara de susurros apetitosos a mi oído. Ojear un enjambre de grafemas de un texto, en compañía de un pícaro y seductor cáliz, atiborrado de extracto de moca es, la ambrosia que grazna reanimando el pentágono de mis sentidos. El incontenible y seductor aroma del elixir azabache, invade con un descomunal berrido los dominios de Eolo.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia

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