martes, 26 de julio de 2022

 

*ENCUENTRO EN SECRETO*

Esa aburridora mañana de sábado, donde nada se movía de su lugar, ronroneaba melancólico Teo, el cariñoso minino del ogro de mi vecina, de verdolaga mirada y pelambre albina entreverada con gris, largos bigotes y descomunal ternura, mientras buscaba alguna actividad para entretenerse. Su propietaria, una ermitaña mujer cuarentona, con exceso de peso y mal trajeada, intentaba llamar la atención de su peludo compañero sin logarlo (¿Qué será lo que tiene ese animal?  Lo siento inquieto) Cuando el cucú del reloj de pared salió una decena de veces, la mujer y su mascota sintieron una extraña algarabía entre las patas de la destartalada nevera, despertando la curiosidad del felino, quien salto con agilidad al lugar del chasquido; en ese lóbrego recoveco se percibía la presencia de un ser no identificado, que avivó el espíritu cazador del morrongo, quien intentó con su garra diestra darle casería al intruso. Ella: ¿Qué estás viendo allí Teo? Cuál sería la sorpresa de la señora cuando su amado gato volteo la cabeza y exclamó: creo que es un ratón. Ella: ¿me estás hablando Teo? ¿desde cuándo puede hablar? Gato: hace algún tiempo, no había querido hacerlo contigo para no asustarte, y hoy se me salió y me descubriste, Ella: ¡no lo puedo creer! tengo un gato que habla, Gato: cálmate, tranquila, ayúdame a saber quién anda escondido en ese polvoriento rincón. La mujer anonadada por su nuevo descubrimiento movió la robusta nevera con una facilidad impresionante, dejando en evidencia el mal estado en que se encontraba la arista; estaba atiborrada de telas de araña y varias capas de polvo, donde se atisbaban unas huellas, al parecer de un minúsculo roedor.

El gato observador, al tener el espacio despajado, sin precaución saltó habilidosamente hacia una llamativa resquebrajadura que adornaba el roído paredón, generando una enorme polvareda, encegueciendo al par de curiosos, que querían ver quien habitaba en ella. Cuando la polvareda calmó su tormenta, Teo, enfocó sus esmeraldados ojos hacia la rugosa apertura. Instantes después, sus papilas gustativas manaban un archipiélago de babas mientras susurraba sal de ahí ratita, ratita … sal de ahí de ese lugar sal de ahí ratita, ratita … sal de ahí de ese lugar … vamos a llamar al perro… para que saque la ratita … (canción de dominio público) Mayor fue su sobresalto, cuando escuchó desde el fondo de la madriguera ¿Qué te pasa? déjame tranquilo, Gato: ¡¡¡Hijo de puta!!! este ratoncito también habla, ¿ahora qué voy a hacer? Ratón: quédate tranquilo y no hagas escándalos, que esa refunfuñona vieja no se entere, así podremos vivir tranquilos.

A Partir de ese día, esos tres especímenes vivientes comparten los espacios de esa deteriorada morada en completa felicidad.

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*

 

martes, 19 de julio de 2022

 FÉRVIDA Y TEMPESTUOSA CONFLUENCIA AL ATARDECER

Habían pasado ya tres quinquenios de íntegro destierro, en aquel inexpresivo y glacial ocaso sideral; sin ni siquiera haberlo soñado, mientras vagabundeaba sin rumbo por la arista más caótica del ombligo de la metrópoli, con su pantalón renegrido, su barba bien perfilada, su camisa albina de manga corta, su cabello azabache recién cortado, unos cíclopes deseos de vivir y volverla a ver (¡¡¡Que delicia!!! volver a caminar por estas calles en las que nos amamos tanto ella y yo) a lo lejos, con una ojeada desinteresada, captó la escandalosa silueta de una seductora chica que, ipso facto, hurtó el enfoque de sus grisáceos ocelos; la enloquecedora cadencia de su andar, ornamentada por un elegante y diminuto atuendo escarlata, que dejaba a la vista las torneadas piernas color miel, su frondosa y rubia cabellera suelta, volando por los aires y sus vivarachos ojos celeste mirando al frente, congeló el archipiélago de sus neuronas impidiendo su esperada reacción varonil. Ella, al verle, recibió el aterrizaje de emergencia de una marejada de recuerdos, que paralizó su armonioso pasear (…Regresa a mi … quiéreme otra vez …borra el dolor que al irte me dio …cuando te separaste de mi …dime que si …ya no quiero llorar. (canción: regresa a mí. Compositor: Warren Diane Eve)

La oscuridad cacareaba por los predios de Eolo, y amalgamándose con el cardumen de podagras que se estrellaban con los incautos transeúntes, crearon un folletinesco ambiente que los despertó; luego de unas escasas zancadas sus miradas de fusionaron. El: ¡¡¡imposible!!! ¡No lo puedo creer! ¿eres tú? ELLA: sí, soy yo, amore mío (huyó despavorida por miedo al compromiso) EL: ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Cuándo llegaste? ELLA: llegué hace unos días, te estaba buscando sin saber dónde… justo ahora ¡aquí estas! Pellízcame para saber si estoy despierta, EL: cuéntame que has hecho todos estos años, ELLA: te cuento, pero acompañada de un trago, ¿aceptas? EL: eso, lo deseaba con locura, soy todo tuyo, ¿A dónde quieres ir? ELLA: recuerdas ese sitio secreto donde… EL: no lo digas, desde ese momento he anhelado volver a ese lugar, ELLA: ¿todavía existe? EL: no lo sé, sin embargo, vamos, ELLA: estas igual, poco has cambiado físicamente, EL: Gracias, en cambio tu estas más bella que nunca, mírate. [18 de febrero de 2022, el reloj marca las 22:45 de una noche fría sobre el valle de aburra, sentado cómodamente en mi inédita escribanía, mirando por el ventanal de mi aposento del noveno piso, veo como coquetean el viento y las ramas altas del bosque de bambú frente a mis ojos.]

Recorridas algunas manzanas de la urbe, en medio de la pegajosa lluvia y del canceroso frio, arribaron emparamados a la indomable arista de la plazoleta donde encontraron el negocio que buscaban y recordaban. EL: ¡mira! esta igual a como lo recuerdo, parece que estuviera congelado en el tiempo, ELLA: ¡¡¡Que impresión!!! está como la última vez, EL: ¡¡¡increíble!!! que todavía suene la vieja vitrola, de donde salían nuestras melodías favoritas, ELLA: quiero escuchar esa canción, ¿recuerdas cuál es? EL: Recuerdo cada palabra de nuestro himno. Con unos deseos titánicos de continuar dialogando, él, se dirigió al octogenario fonógrafo para introducir la moneda y elegir el número del acetato predilecto, que al iniciar su iracundo girar saturó de emoción a los dos. …tanto tiempo disfrutamos de este amor …nuestras almas se acercaron, tanto así …que yo guardo tu sabor …pero tu llevas también sabor a mi … (canción Sabor a mí, autor Álvaro Carrillo)

ELLA: cada día suena mejor ese tema, ¿Qué vamos a tomar? Yo quiero para comenzar un coctel ¿y tú? EL: ¿Recuerdas cómo se llamaba lo que tomábamos? ELLA: recuerdo que nos gustaba mucho, y en su compañía pasamos muy buenos momentos, MESERO: buenas noches, me llamo Darío, y seré quien los atienda esta noche, EL: ni se imagina la emoción que tenemos de estar aquí, nos encontramos después de más de quince años de no vernos, MESERO: en esa época, mi padre era quien atendía el bar y con su memoria ha escrito varios textos con las historias vividas desde su barra de licores, ELLA: esto me esta emocionando aún más, el rostro de Don Julián lo recuerdo con gran aprecio, ¿así es el nombre de tu padre cierto?  MESERO: El mismo que canta y baila, todavía. EL: ¿Don Julián todavía vive? MESERO: ¡Claro! es más, mírenlo allá, en la barra compartiendo con los clientes, EL: ¡¡¡Hijo de puta!!! esta igualito ELLA: ¿podemos ir a saludarlo? MESERO: para él sería un gusto hablar con ustedes, vamos. Tan pronto los entusiasmados clientes estuvieron frente al anciano, el silencio inundó el lugar, generando una monstruosa expectativa en los alegres consumidores sobre la reacción del viejo; pasada una terna de minutos, el órgano fonador de Don Julián desembuchó con inmensa alegría los nombres completos y su apodo, quedando ellos atónitos por la inmejorable memoria. ELLA: Don Julián buenas noches, que alegría verlo todavía por estos lugares, ANCIANO: como olvidarse de la pareja más recordada de mi vida y a la cual estaba buscando con demencial deseo, EL: ¿para qué nos estaba buscando con tanto deseo? ANCIANO: porque ustedes son la única pareja de la cual no he podido escribir nada y en mi próximo libro me falta una bella historia ¿me supongo que será una bonita historia? ELLA: ¿Qué le podemos decir Don Julián? Es una historia para no creer, ANCIANO: vamos a mi oficina y me cuentan, yo invito a un vino que tengo añejando desde hace más de tres quinquenios, EL: es increíble lo que estamos viviendo, es precisamente ese tiempo (quince años) lo que dejamos de vernos, y para nuestra sorpresa nos encontramos hoy en la esquina de arriba del parque, ANCIANO: ¿Cómo así que su amor nunca se consumó? ¡No lo puedo creer! ¿Qué pasó? ELLA: Es una larga historia que no vale la pena contar ahora. EL: lo importante es que hoy, aquí y ahora estamos juntos ¿es verdad? ELLA: así es, eso es lo más importante.

Cayeron un centenar de hojas del calendario y don Julián por fin terminó de escribir la última historia de su postrera obra, que salió al mercado justo el mismo día de sus exequias, convirtiéndose en un bestseller. Ella y él se despidieron nuevamente y para siempre, al pasar por la última puerta acompañando a su amigo rumbo a la eternidad. Hoy cada uno en su solitario lecho, sueña con otro feliz encuentro que los recargue nuevamente de deseos de vivir.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia

miércoles, 13 de julio de 2022

 

IRREVOCABLE E INCLEMENTE CISMA

En uno de esos soporíferos atardeceres albuginosos de invierno, mis inapetentes neuronas hicieron una intempestiva sinapsis, estimulando a mi holgazana encarnadura a escapar de los hechiceros deleites de las frazadas, e ir a vagabundear por la inmisericorde metrópoli donde habito. Esa impopular incitación remolcó a mi amodorrado organismo a marchar hacia el helado bulevar circunvecino. Después de unas entumecidas zancadas, mis escarpines invernales pisaron los lustrosos baldosines de la inhabitada pinacoteca del vecindario, donde se estaba exhibiendo las obras gráficas de una ignota artista, cuyo nombre generó un asimétrico cosquilleo por mi efervescente sistema nervioso. Era ella, Alicia Beltrán, esa inolvidable chica de desordenada cabellera áurea, penetrantes ojos grises, tímida y enamoradiza, con hábiles manos para las artes, piel con bronceado permanente y labios carnosos escarlatas, con quien pase un sinnúmero de placenteros atardeceres, y un día como este, se marchó sin decir adiós.

El seductor epígrafe, atravesó sin demora mis desprevenidas pupilas y se introdujo ilegalmente en mi chola, cabalgando por algunos instantes por las curvaturas de mi cerebro, para luego aterrizar incitándome a adquirir el pase para disfrutar de la colección pictórica. Con la irregular credencial de acceso en mi mano derecha, se generó un inofensivo escozor; Inicie el recorrido hacia el ombligo de la galería con miras a tener en frente a la protagonista. Estando en pie, en las entrañas de la edificación realicé una escrupulosa inspección del lugar, sin lograr ver la silueta de la estrella de la noche. Después de unos minutos de observación, decidí enfilar mi atención en el disfrute de la obra. Pasaron unos seráficos instantes deleitándome en los multitudinarios lienzos, luego de sesenta minutos conquisté el ocaso de la exhibición.

En este punto, con un especial realce, se divisaba un oscuro lienzo que ambientaba una pluviosa noche, donde una mujer se desplazaba abrigada por un renegrido gabán, que dejaba al descubierto las longilíneas pantorrillas y sus arriesgados tacones, fabricando una jauría de cabriolas sobre el lodazal en que estaba convertido el bulevar, y permitiendo a la vez, el irrespetuoso  planeo de una intrépida chalina bermellón; se cubría del chubasco con las delicadas alas de un colorado paraguas, convertido en un gladiador intentando abrigar la soledad de la caminante. El sendero por donde andaregueaba la atrevida fémina, estaba delimitado por una profunda retahíla de árboles desnudos, que generaba un ambiente fantasmagórico.

Cuando mis incultos ojos concluyeron el paseo por el lienzo, mis agudos tímpanos vibraron con una melódica voz femenina, haciendo que mis vellosidades intentaran soltar amarras para volar; esa armónica dicción brotaba de las cuerdas vocales de Alicia Beltrán, Ella: hola, me da gusto verte aquí, bienvenido. Yo: ¿eres tú, Alicia?  Ella: la misma que canta y baila, Yo: felicitaciones por la exposición, Ella: ¿Cómo has estado? Te ves muy bien, Yo: he estado bien gracias a Dios, Ella: ¿Cuál de los cuadros te ha gustado más? Yo: sin ninguna duda, este que tengo en frente, porque me trae a la memoria el día de tu inesperada despedida. Ella: que buen comentario, esa obra lleva precisamente el título de Mi Huida, Yo: Son impresionantes los detalles que tuviste en cuenta, Ella: te cuento que es mi mejor trabajo hasta ahora, porque me recuerda un momento especial de mi existencia, Yo: ¿así fue de significativo? Ella: aunque no me creas, eres un ser que va a tener siempre un lugar especial en mi corazón, Yo: me gustaría escucharte alrededor de un exquisito morapio frente a la chimenea de la cabaña, Ella: ¿la cabaña es ese bar donde compartíamos los fines de semana? Yo: si el mismo, ¿a qué hora termina la exposición? Ella: a las ocho treinta, te espero.

Cuando las ambiciosas saetas del reloj marcaban las veinte horas treinta minutos, mis manos tocaron la escandalosa verja de la galería, la cual, al sentir mis friolentas manos sobre su rugosa aldaba, se fragmentó permitiendo mi tembloroso acceso. Tras una docena de pasos, mi temblorosa humanidad permanecía en pie en el tuétano de la solitaria galería. De repente, las luces cenitales se adormecieron dejando únicamente una diminuta luz en el fondo del gran salón, de allí a paso lento fue emergiendo ella, Alicia Beltrán, envuelta en un sobrio vestido negro, que resaltaba su silueta y dejando pulular la exquisitez de su belleza. Cuando nuestros alientos se fusionaron por la cercanía de nuestros rostros, por el sistema cerrado de Tv, se soltó la marejada de notas que brotaban de un saxofón que nos instigó a amalgamar nuestros cuerpos en un profundo abrazo. Ella: que gusto verte de nuevo, gracias por venir, Yo: fue una inesperada sincronía, Ella: ¿A dónde vamos a ir? Estoy con ansias de deleitarme con un exquisito morapio, como lo insinuaste, Yo: vamos entonces, que la noche es joven, Ella: llévame de tu mano.

Después de unos inacabables minutos, abrigados con el frio de la noche, llegamos a la barra de la cabaña. sin quererlo, por el organismo de Alicia Beltrán cacareó un rebaño de recuerdos dejándola paralizada por un par de segundos, Yo: ¿te pasa algo? Ella: es increíble que, en un instante, frente a mis ojos, pasó un rebaño de recuerdos vividos contigo, Yo: ¿eso quiere decir qué…? Ella: quiere decir que me ratifico en que fue la mejor decisión, Yo: ¿entonces no hay nada que hacer? Ella: nada más que una buena amistad. Esas palabras fueron para mí, como una cascada de rocas que golpearon mi ingenuo corazón. Minutos antes de terminar el día, con un arrogante ademán, Alicia Beltrán, se puso en pie y lanzó un desabrido beso en dirección a mis labios, y con cierto desparpajo abandonó la cabaña, sin volver a mirar atrás, dejándome íngrimo como aquella tarde. 

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia

 


PUNTO DE QUIEBRE

Los albinos e interrumpidos trazos divisorios de la rectilínea arteria automovilística, motivan los apasionados deseos de los conductores de culminar su perturbadora travesía y aguijonean sus entrañas con la cicuta de la soledad. El enfilado pelotón de árboles colorados acicala con esbeltez los confines de la bien pavimentada carretera internacional. Recuerdo con claridad el caer de la tarde de ese miércoles trascendental que revolucionó por siempre mi existir. Conducía yo, mi atortugado vehículo modelo 1970, a mi lado viajaba ella (la doncella que emancipó mi corazón e insufló jubilo a mis amargosas entrañas) íbamos rompiendo la monotonía disfrutando de nuestra más inolvidable melodía, Mi amiga, mi buena amiga Mi amante niña, mi compañera quisiera contarle al mundolo que es tenerte, la noche entera … y recorrer tus caminos tu vientre fino, tu piel de seda … y el paisaje de tu pelo  Sobre mi almohada y tu boca fresca… (compositores: Néstor Horac Bernis y Ricardo Ber Rodríguez) que hacía aterrizar en mi cocorota un enjambre de reminiscencias que, permitieron no percibir el iracundo paso del tiempo. Habían pasado ya doce somnolientas horas de viaje, y frente a nuestros candorosos ojos se desperezaba un gigante de piedra que peleaba enfurecido con la artillería de los pintoreteados cúmulos que le rodeaban. De repente, sin avisar brotó frente a nuestros amodorrados ojos, una resplandeciente claridad, que encegueció por completo la panorámica de la vía.

Luego del exorbitante impacto, mi coche fue encontrado estripado cual uva pasa, al borde de un policromático vergel; mi cuerpo flotaba en el verdor del césped en el ombligo de una encantadora arboleda. Cuando desperté atontado, quise saber dónde estaba ella, hice una observación minuciosa por todo el lugar sin lograr hallarla; Intenté comenzar a caminar dándome cuenta que mis extremidades tenían un sinnúmero de fracturas que me impedían caminar. (¡¡¡hijo de puta!!! ¡no puede ser! Imposible que este fracturado en medio de la selva ¿ahora qué pasará conmigo? me comerán las fieras ¡no puede ser!) Tras un par de desesperadas horas, las estridentes licuadoras de la policía alentaron a mis cuerdas vocales a bramar pidiendo ser rescatado (¡Auxilio!, ¡socorro!, aquí estoy, por favor miren para este lado) El momento en que los entrenados caninos del cuerpo de bomberos me hallaron, fue el más jubiloso de mi vida. Fui trasladado al centro asistencial más cercano, donde pasé unas aburridas vacaciones de casi un mes. Ella, nunca fue encontrada, los estamentos de rescate la dieron inicialmente por desaparecida y luego por fallecida. Los moradores de la zona contaron que, en ese mismo lugar, la tierra se había tragado a miles de personas, y que sus cuerpos nunca han sido hallados.

Han pasado varias anualidades y precisamente hoy, mis vellosidades se izaron al recordar ese funesto acontecimiento. Mi vida se fracturó en aquel viaje y sus cicatrices aún continúan doliendo y recordándome ese momento crítico para mi bienestar Psico-afectivo.

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*

 

*PINTORESCA CABELLERA ARBOREA*

En un ambiguo domingo de agosto, durante mi imperdonable episodio de ejercicio matutino, por las serpenteantes aceras de mi folclórico terruño; desprevenidamente me tropecé, con el paredón limítrofe, de la arista norteña del ágora principal, allí estaba ella, la dama poseedora de la más surrealista cabellera, que mis experimentados ocelos hubiesen visto jamás; una ubérrima buganvilia (bougainvillea) morada, que desvalijaba ilegalmente las visiones desprevenidas de los transeúntes. Ante semejante espectáculo, mis indiferentes vellosidades se izaron por los calurosos aires, generando en mí una agigantada exaltación, que congeló por algunos instantes la plenitud de mi ser. Cuando regresé de la instantánea hibernación, mis cuerdas vocales, exhalaron un picaresco interrogante. Yo: ¿Quién eres tú? Esa interpelación fue contestada sin demora, entonada como un susurro de una melodiosa voz femenina, que penetró placenteramente por mis conductos auditivos, escuchándose con serenidad al alrededor de mi metro cuadrado cercano.

“No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, quédate mudo:
que un silencio sin fin sea tu escudo
y al mismo tiempo tu perfecta espada.

No llames si la puerta está cerrada,
no llores si el dolor es más agudo,
no cantes si el camino es menos rudo,
no interrogues sino con la mirada.

Y en la calma profunda y transparente
que poco a poco y silenciosamente
inundará tu pecho de este modo,

sentirás el latido enamorado
con que tu corazón recuperado
te irá diciendo todo, todo, todo.”  

(“Silencio” autor: Francisco Luis Bernárdez)

Yo: No entiendo lo que me dices, ¿Qué tiene que ver ese bello poema, de mi poeta predilecto con la pregunta? Ella: En el silencio encontraras la respuesta a ese arsenal de preguntas que cabalgan por tu cabeza, Yo: ¿Cómo sabes que tengo esos interrogantes? Ella: soy una de las imágenes bellas de tu alma, por eso es que lo sé, Yo: ¿así de bella es mi alma? Ella: soy sólo una de las ellas, Yo: ¿Qué debo hacer entonces? Para responder esas maldecidas inquietudes, Ella: vas por buen camino, no te dejes desviar de tu propósito, te vuelvo a repetir, en el silencio encontrarás las respuestas, Yo: me emociona lo que me dices, sin embargo, tengo mucha ansiedad, ayúdame, Ella: continua por ese sendero que hace poco transitas y a su debido tiempo, cuando estés preparado, encontraras personas que te apoyarán, Yo: si no hay otra solución, perseveraré en este objetivo, Ella: ¡ánimo! estas a pocos pasos de logarlo, tranquilo, ya sé, me preguntarás ¿Cuántos pasos? En el justo momento lo sabrás, Yo: listo, así será.

Han corrido varias desquiciadas quincenas, de transformadoras conversaciones matinales con la dama de la frondosa pelambrera arborescente, y aún mi archipiélago de inquietudes no ha terminado.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia.

 


*MELANCÓLICA INDAGACIÓN PANORÁMICA DE LA GRISÁCEA URBE*

En la vanidosa cúspide del rascacielos más encumbrado de la metrópoli, embargado de una desmesurada murria, Elías Tobón, un bisoño chaval de estatura media, soñador empedernido, piel morena, ojos esmeraldados y recordado por las chicas por su sutil galanteo; (depresivo con tres intentos de suicidio) permaneció firme como soldado, frente a la vidriera que autorizaba una suculenta divisa sobre la inmensidad del hábitat citadino. (¿Qué será de mi vida en los próximos días? ¿podré salir de esta aburrición?)  Con el pasar de las horas, Elías Tobón, rumiaba el propósito de su existencia, al yuxtaponerse el achacoso ocaso con las centelleantes luminarias de la ciudad, el archipiélago de neuronas del joven revoleteaba furiosamente incitándolo a volar.

Cuando la galopante oscuridad, saturó con su esencia la vastedad del cosmos, las neuronas de Elías Tobón, hicieron sinapsis con la melodía Aquí estás otra vez en cada parte de mí es que no puedo olvidarte ni siquiera un instanteyo que todo entregue a ese amor que no fue … (compositor e interprete Franco de Vita) mientras estaba anonadado disfrutando de los acordes, sintió una arrullante carantoña que lo sacó, ipso facto, de su narcotizante letargo. [febrero 22 de 2022, 16:40 horas, un espeso y negruzco nubarrón galopa sobre las techumbres de las construcciones al occidente de la bella villa, advirtiendo un descomunal aguacero; yo transcribiendo estas líneas y contemplando el parsimonioso transitar del insolente cirrostrato azabache, suspiro para que se desgrane en otro lugar de la ciudad] La propietaria de esas incitantes manos era Lucia Estrada, (la única mujer que ha entendido la patética situación de Elías Tobón) una jovencita con una trentena de kilos en exceso, un enjambre de acné en sus pómulos, voz melódica, cabello rizado, coeficiente intelectual sobresaliente, ojos negros, piel caucásica y un molesto aparato de ortodoncia en  su dentadura. Ella: ¡Hola! ¿Qué haces aquí amor? Te estaba buscando, El: ¿eres tú? ¿Qué quieres? Ella: hablar contigo, El: en este instante, no tengo nada que hablar contigo, Ella: ¿estás seguro? El: claro, vete de aquí, y déjame pensar, talvez más tarde te busque, Ella: está bien, piénsalo bien, antes de hacer una locura. Lucia Estrada, descendió de la edificación con un inoportuno nudo en la garganta y con ansias de regresar, sin embargo, ella estaba segura que él, el amor de su vida, la buscaría antes de terminar el día.

Al rayar el alba, Elías Tobón, permanecía in situ, extasiado con las impresionantes cuchilladas que inyectaba el astro en las entrañas de la oscuridad. Escapó de la coquetona hibernación en que se encontraba. Lucia Estrada, despertó estremecida en su penoso camastro de célibe, (¿dónde estás amore mío? Ojalá que no haya hecho alguna locura, donde quiera que estés yo te encontraré, tenlo por seguro) miró el despertador enmudecido y se inventó una atrevida cabriola para llegar a la ducha, para encaminarse en búsqueda de su caballero andante. Elías Tobón, se descolgó de la cúspide por las zigzagueantes escalinatas, arribando extasiado a la primera planta, donde encontró la desproporcionada figura de la mujer que lo mantenía con ánimos de vivir. Ella: te estuve esperando toda la noche, ¿dónde estuviste? El: permanecí en el mismo lugar donde me dejaste ayer, Ella: ¿Qué quieres hacer ahora? El: solo dame un abrazo.

 La heteróclita yunta, retornó de inmediato a su ciudad natal y ha permanecido fusionada, hasta la fecha, por una caudalosa pasión, generado una desmesurada celotipia en muchas de las parejas moradoras del encantador terruño andino.

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*

 

LEEDORA IZADA EN PELIRROJO CREPUSCÚLO

En un ruborizado atardecer de abril, en medio de un huraño y paradisiaco escondrijo del litoral atlántico; una pubescente y agraciada lectora, se extasía con la lectura de la obra cumbre de su hacedor literario predilecto, montada plácidamente en su añorado balancín, suspendido de los fornidos ramajes de un vetusto árbol, por un par de cepos trinitarios. Mientras atraviesa sus verdolagas pupilas por los militarizados renglones, una pigmea ave cantora, se posa en el lomo del ejemplar literario, dejando a disposición del entorno su sinfónico cantar. La chica al escuchar la sinfonía alada, se enclaustró en sí misma, dejando que los melodiosos acordes inundasen por completo sus conductos auditivos.

Con el paso de los minutos, ella, retorna a la realidad y atisba sobre el ensimismado piélago, la bulliciosa marcha de una constelación de seres alados que cabalgaban sobre el ensangrentado ocaso. En la lejanía, el decrépito astro aterrorizado se esconde tras un mediocre y trigonal otero, permitiendo que los tentáculos de la oscuridad abracen pícaramente las corpulentas complexiones de la multitud de cirrostratos.  

Cuando la asesina oscuridad logró su objetivo, la doncella descendió de su preciado vehículo, regresando a su habitáculo para alistar su apetitosa merienda y aterrizar en su célibe nido. Esta apolínea rutina crepuscular se itera diariamente. Ella, continúa esperando la comparecencia del idealizado personaje, con el que pueda protagonizar una inolvidable novela romántica.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia 

 

*INTRANQUILA ESPERA AL ATARDECER*

En una escuálida buhardilla del centro de una reconocida urbe, Guadalupe Arias, una hacendosa mujer de tres décadas de existencia, con angelical figura, inteligencia superior al promedio, con alisada cabellera azabache, enamoradiza sin remedio, portadora de una cintura de avispa, apasionada por el arte literario, ojos esmeraldados, mira por el obsoleto ventanal de su aposento, las encopetadas techumbres de las edificaciones contiguas, con la intención de encontrar la corpulenta conformación de Sebastián Jiménez, su amado (huyó asustadizo por terror al compromiso), que permanece ausente desde hace algunas anualidades. La inquieta y enamoradiza muchacha tararea desde su inesperada partida, cada atardecer ¿Dónde estarás? ¿Dónde estarás, cariño mío? ¿Dónde estarás? Verano ardiente, invierno frío Aunque los días sean tristes y aburridos No sé qué hacer ¡Si no estás tú! (Compositores: Dario Farina/cristiano Minellono) intentando apaciguar su pena.

En un insípido crepúsculo, un quinquenio después, durante su cotidiana y esperanzadora observación, Guadalupe Arias, (ese 19 de junio de 1990, a lo lejos de se escuchaba la narración de William Vinasco Ch. del partido mundialista de Colombia contra Alemania… Corto la pelota Leonel, Leonel la saca al medio para el bendito fajardo, 47 minutos, dos de adición, camina el Bendito fajardo con ella, la entregó para el Pibe Valderrama, lo domina el Pibe Valderrama, entregando sobre la izquierda muy bien para Rincón, Rincón con el Bendito, este entregando para el Pibe, Muy bien viene Colombia Dios mío, Colombia goooooooool , goooooooool, impresionante viva Colombia) enfocó sus penetrantes ocelos en un voluminoso cuerpo que se robó su mirada, (¿eres tu mi amor? Siii, eres tu amado mío, te esperaba con mi corazón latiendo, ¡no puede ser! ¡no puede ser! ¡¡¡Maldita sea!!! no eres tú! Es el vecino que con estas festividades se engordó y quedó igualito.) y su ritmo cardiaco, se aceleró aumentando el cortisol en su torrente sanguíneo. Antes del repiquetear de las campanas de la ermita que avisa la conclusión del día, en la guarida de la bella dama, trinó el desentonado timbre asustando en demasía Guadalupe Arias, que con una descomunal intriga Ella: ¿Quién toca la puerta a esta hora tan inoportuna? El: soy yo, Sebastián Jiménez, Ella: ¿Sebastián Jiménez? No lo creo, dame una clave para creerte, El: recuerdo que tú tienes un lunar justo en medio de tu exquisito busto, Ella: esa no es una clave sólida, porque con un escote profundo es visible a todos, El: ¿Qué más detalles necesitas para abrir la puerta? Ella: algo más íntimo, El: ja, ja, ja, que buenos recuerdos están aterrizando en mi cabeza, te gustaba como te besaba tus cuatro labios y te encantaba recorrer con tu golosa lengua mis territorios más íntimos.

Con semejantes recuerdos, la piel de Guadalupe Arias, se erizó y sobre exaltada de alegría abrió las alas del bullicioso pórtico y vacilante se dejó abrazar por la enternecedora mirada de Sebastián Jiménez, ese hombre fornido, poco expresivo, con extremidades largas, tez morena, ojos caramelizados y holgazán para laborar, que la había abandonado muchos años antes, Ella: ¿Dónde has estado todo este tiempo?  Mi vida sin ti, ha sido un completo caos, El: he estado en varios lugares, buscando la felicidad que siempre he soñado, sin embargo, no la he encontrado aún, Ella: ¿entonces qué haces aquí? porque según recuerdo yo tampoco te hice feliz, El: tienes razón, en ese momento te menosprecié y herí tu corazón quinceañero, Ella: no entiendo entonces que haces aquí, El: déjame pasar y te cuento. El corazón de Guadalupe Arias, aumentó sus pulsaciones hasta casi ocasionarle un sincope; Sebastián con agilidad felina, la tomó en sus bronceados brazos evitando que cayera al piso, El: Amor, ¿Qué te pasa? respira profundo, ¿Por qué te pones así? Ella: es la emoción de verte.

Las siguientes horas, fueron para este par de tortolitos, las mejores que recordaban; compartieron historias, caricias, besos, fotografías, y unas cuantas copas de un esquisto y añejo morapio que ella guardaba para una ocasión especial. Minutos antes de rayar el alba, ya sus cuerpos sedientos se habían amalgamado varias veces llegando en conjunto a la plenitud del éxtasis. Cuando los intrépidos tentáculos solares penetraron por los diminutos poros de la cortina, intercalándose con la placentera oscuridad del aposento, Sebastián Jiménez, se levantó y después de darse un refrescante baño con agua fría, partió silenciosamente para nunca regresar. Al despertar, Guadalupe Arias, se encontró desnuda frente a frente, con el bullicioso silencio del abandono. Ella, cada ocaso, después de su exigente jornada laboral, continúa asomándose por su decrepito ventanal, haciendo su dolorosa observación, fantaseando con las inenarrables carantoñas de su escurridizo galán.

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*

    Monumentos R.A.B. en Medellín En aquel caluroso crepúsculo del último viernes de mayo, cuando Juanito les contó sobre sus tareas de fi...