IRREVOCABLE
E INCLEMENTE CISMA
En
uno de esos soporíferos atardeceres albuginosos de invierno, mis inapetentes
neuronas hicieron una intempestiva sinapsis, estimulando a mi holgazana
encarnadura a escapar de los hechiceros deleites de las frazadas, e ir a
vagabundear por la inmisericorde metrópoli donde habito. Esa impopular
incitación remolcó a mi amodorrado organismo a marchar hacia el helado bulevar
circunvecino. Después de unas entumecidas zancadas, mis escarpines invernales
pisaron los lustrosos baldosines de la inhabitada pinacoteca del vecindario,
donde se estaba exhibiendo las obras gráficas de una ignota artista, cuyo
nombre generó un asimétrico cosquilleo por mi efervescente sistema nervioso.
Era ella, Alicia Beltrán, esa inolvidable chica de desordenada cabellera áurea,
penetrantes ojos grises, tímida y enamoradiza, con hábiles manos para las
artes, piel con bronceado permanente y labios carnosos escarlatas, con quien
pase un sinnúmero de placenteros atardeceres, y un día como este, se marchó sin
decir adiós.
El
seductor epígrafe, atravesó sin demora mis desprevenidas pupilas y se introdujo
ilegalmente en mi chola, cabalgando por algunos instantes por las curvaturas de
mi cerebro, para luego aterrizar incitándome a adquirir el pase para disfrutar
de la colección pictórica. Con la irregular credencial de acceso en mi mano
derecha, se generó un inofensivo escozor; Inicie el recorrido hacia el ombligo
de la galería con miras a tener en frente a la protagonista. Estando en pie, en
las entrañas de la edificación realicé una escrupulosa inspección del lugar,
sin lograr ver la silueta de la estrella de la noche. Después de unos minutos
de observación, decidí enfilar mi atención en el disfrute de la obra. Pasaron
unos seráficos instantes deleitándome en los multitudinarios lienzos, luego de
sesenta minutos conquisté el ocaso de la exhibición.
En
este punto, con un especial realce, se divisaba un oscuro lienzo que ambientaba
una pluviosa noche, donde una mujer se desplazaba abrigada por un renegrido
gabán, que dejaba al descubierto las longilíneas pantorrillas y sus arriesgados
tacones, fabricando una jauría de cabriolas sobre el lodazal en que estaba
convertido el bulevar, y permitiendo a la vez, el irrespetuoso planeo de una intrépida chalina bermellón; se
cubría del chubasco con las delicadas alas de un colorado paraguas, convertido
en un gladiador intentando abrigar la soledad de la caminante. El sendero por
donde andaregueaba la atrevida fémina, estaba delimitado por una profunda
retahíla de árboles desnudos, que generaba un ambiente fantasmagórico.
Cuando
mis incultos ojos concluyeron el paseo por el lienzo, mis agudos tímpanos vibraron
con una melódica voz femenina, haciendo que mis vellosidades intentaran soltar
amarras para volar; esa armónica dicción brotaba de las cuerdas vocales de
Alicia Beltrán, Ella: hola, me da gusto verte aquí, bienvenido. Yo: ¿eres tú,
Alicia? Ella: la misma que canta y
baila, Yo: felicitaciones por la exposición, Ella: ¿Cómo has estado? Te ves muy
bien, Yo: he estado bien gracias a Dios, Ella: ¿Cuál de los cuadros te ha
gustado más? Yo: sin ninguna duda, este que tengo en frente, porque me trae a
la memoria el día de tu inesperada despedida. Ella: que buen comentario, esa
obra lleva precisamente el título de Mi Huida, Yo: Son impresionantes los
detalles que tuviste en cuenta, Ella: te cuento que es mi mejor trabajo hasta
ahora, porque me recuerda un momento especial de mi existencia, Yo: ¿así fue de
significativo? Ella: aunque no me creas, eres un ser que va a tener siempre un
lugar especial en mi corazón, Yo: me gustaría escucharte alrededor de un
exquisito morapio frente a la chimenea de la cabaña, Ella: ¿la cabaña es ese
bar donde compartíamos los fines de semana? Yo: si el mismo, ¿a qué hora
termina la exposición? Ella: a las ocho treinta, te espero.
Cuando
las ambiciosas saetas del reloj marcaban las veinte horas treinta minutos, mis
manos tocaron la escandalosa verja de la galería, la cual, al sentir mis
friolentas manos sobre su rugosa aldaba, se fragmentó permitiendo mi tembloroso
acceso. Tras una docena de pasos, mi temblorosa humanidad permanecía en pie en
el tuétano de la solitaria galería. De repente, las luces cenitales se
adormecieron dejando únicamente una diminuta luz en el fondo del gran salón, de
allí a paso lento fue emergiendo ella, Alicia Beltrán, envuelta en un sobrio
vestido negro, que resaltaba su silueta y dejando pulular la exquisitez de su
belleza. Cuando nuestros alientos se fusionaron por la cercanía de nuestros
rostros, por el sistema cerrado de Tv, se soltó la marejada de notas que
brotaban de un saxofón ♫…♪…♫…♪… ♫…♪…♫…♪…que
nos instigó a amalgamar nuestros cuerpos en un profundo abrazo. Ella: que gusto
verte de nuevo, gracias por venir, Yo: fue una inesperada sincronía, Ella: ¿A
dónde vamos a ir? Estoy con ansias de deleitarme con un exquisito morapio, como
lo insinuaste, Yo: vamos entonces, que la noche es joven, Ella: llévame de tu
mano.
Después
de unos inacabables minutos, abrigados con el frio de la noche, llegamos a la
barra de la cabaña. sin quererlo, por el organismo de Alicia Beltrán cacareó un
rebaño de recuerdos dejándola paralizada por un par de segundos, Yo: ¿te pasa
algo? Ella: es increíble que, en un instante, frente a mis ojos, pasó un rebaño
de recuerdos vividos contigo, Yo: ¿eso quiere decir qué…? Ella: quiere decir
que me ratifico en que fue la mejor decisión, Yo: ¿entonces no hay nada que
hacer? Ella: nada más que una buena amistad. Esas palabras fueron para mí, como
una cascada de rocas que golpearon mi ingenuo corazón. Minutos antes de
terminar el día, con un arrogante ademán, Alicia Beltrán, se puso en pie y
lanzó un desabrido beso en dirección a mis labios, y con cierto desparpajo
abandonó la cabaña, sin volver a mirar atrás, dejándome íngrimo como aquella
tarde.
Jaime
Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia