viernes, 16 de abril de 2021

 

SUEÑO ARBOLADO

 Después de trasegar por el difuso sendero del soto, mis pies quedaron a la orilla de una multicolor marisma que reflejaba con una nitidez pasmosa la policromía de aquella espesura vegetal. 

Mis ojos acaramelados tras un suave parpadeo, contemplaron en la rivera opuesta una fantástica morada, erigida con listones de fina madera, despertando en mi ser el deseo de habitar en aquel paradisíaco edén. 

Al rayar el alba mis párpados fueron aperturados por los tentáculos solares que se abrieron paso en las celosías de mi habitáculo, haciendo que concluyese mi más hermoso sueño. 

 Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez. 


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RETORNO

Con su mirada celeste entristecida y su vientre virginal, permanecía Laura, oteando por el viejo ventanal de su morada, hacia el puerto de dónde una tarde de otoño partió su gran amor, en busca de su eterno sueño. 

Ella, en cada ocaso del astro rey, anhelaba el retorno de Francisco, recordando aquellos placenteros momentos de amor, vividos a bordo en la pequeña embarcación sobre el sereno oleaje de la bahía.

Un domingo en la tarde, dos mil ciento sesenta días después, Laura, advirtió desde su vidriera un extraño velero que se acercaba al embarcadero de su padre, y en el atisbó la figura de Francisco que ondeaba alegremente su gran triunfo, el diploma de la facultad de medicina. 

Desde aquel día Laura y Francisco permanecen en un eterno idilio del cual ya han germinado dos hermosos frutos. 

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez


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FRIA MIRADA

La noche se congeló en tu mirada mientras percibía el archipiélago quejumbroso de tus pensamientos inundando a borbotones mi forajido corazón cincuentero. 

El insípido atardecer rebuzna de tristeza al contemplar el ominoso y despiadado horizonte atiborrado de cirrostratos que ocultan pícaramente los haces luminosos del astro rey. Mis humildes pisadas dejan delgadas marcas en la alameda de cristales playeros que se divierten con el mentiroso vaivén de las olas. La oscuridad invade el temporal cacareando en los manglares de mi alma hasta hacer que tus fríos ojos congelen mis caramelizadas pupilas. 

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez


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