viernes, 26 de marzo de 2021

 


“TRANSHUMANTES FILOLÓGICOS”  

El afinadísimo Cucú, cucú, del antiguo cronógrafo marca las tres de la tarde, hora de dar comienzo a la lectura. Poco a poco la encantadora voz de Isabela atrae y embelesa a una constelación de distraídos viandantes que transitan ahora por este lejano bulevar

En un caluroso lunes lleno de visitantes en su librería rodante. donde los imprudentes cirros danzaban ronroneando por el índigo empíreo ansiando enmudecer el escandaloso recorrido del astro. Gerardo, un afable varón de cuarenta y cinco años de edad, ciento noventa centímetros de creatividad, con escasas carnes, soñador empedernido por la filología, soltero, mujeriego frustrado, nariz pinochesca, cejas tupidas, cabellera escasa, empollón de las artes literarias, viajero innato, tragón de comida chatarra y alcohólico anónimo. Todavía recuerda aquella tarde, estando instalado en el oscuro bulevar peatonal de esa encantadora población al norte de Colombia, rodeado por los fríos e insolentes muros grisáceos, pisando unas desgarradoras y feas rasillas de cemento, a la sombra de un despeinado y debilucho árbol. cuando las saetas del cronógrafo formaron un ángulo recto en el primer cuadrante del tablero arribó Isabela, una elegante y exuberante fémina de ciento ochenta centímetros de sabrosura, con peligrosas curvas, piel canela, 30 años de edad, ojos celestes, melodiosa voz gruesa, enamoradiza, creativa para las artes escénicas, soltera codiciada, hermana gemela idéntica, con exuberante y ondulada pelambrera azabache, soñadora, estudiante de maestría en literatura mundial, aventurera, madre soltera. portando una hechicera indumentaria azulada que enseñaba sigilosa y coquetamente su escultural conformación. Cuando ella se detuvo frente al carromato de Gerardo, (¿Quién será esa mujer? Así, igualita me la recetó el médico, ¿tendrá pareja? En mis sueños así es la mamá de mis hijos) un carruaje antiquísimo de grácil madera, que se desplaza al ser empujado gracias a cuatro chilladores y desgastados neumáticos, forrado con estanterías de madera de pino, con techo con ruidosa teja de zinc, coloreado de verde oscuro, finamente ornamentado con contrastantes letras doradas, compañero inseparable de su propietario, trecientos centímetros de envergadura, cómplice de muchos encuentros literarios y amorosos, siempre disponible para el fomento de la lectura, reconocido en miles de bulevares, liviano y de fáciles movimientos a indagar por un exiguo ejemplar literario, acrecentó su libido masculina, haciendo que todas las miradas de los desprevenidos transeúntes se posaran sobre su espectacular silueta, robándose por completo su atención.   

Gerardo con su escuálida y longilínea humanidad, habiéndose dejado contagiar por tan celestial efigie femenina, (es preciosa miren esas piernas esos pechos esos ojos definitivamente es preciosa no puedo dejar de mirarla) tuvo que engullir espumarajo para poder atenderla como ella lo merecía, cuando su melodiosa dicción penetró por sus desprevenidos conductos auditivos, se sintió el librero más feliz del orbe, por tener la prerrogativa de atenderla exclusivamente (será que si tengo ese tomo, sería mi oportunidad para conocerla un poco mejor) luego de una exhaustiva pesquisa por todos los estantes del carruaje, con su ánima acongojada, tuvo que manifestarle que carecía de ese ejemplar. La primorosa y encantadora Isabela, un poco afligida, fabricó un sugestivo parpadeo que atiborró de sensaciones el desdichado corazón de Gerardo. Ella: me gustaría saber si me lo puedes conseguir para mi próxima visita, El: haré todo lo posible. Ella: nos vemos el próximo lunes, El: encantado, aquí la espero con los brazos abiertos, Ella: ¿recuerdas bien el nombre del libro? ¿Si quieres te lo transcribo en un papel?, El: para mí sería más seguro tenerlo por escrito, toma escríbelo en esta esquela.(miren eso esas fantasiosas manos esas falanges estilizadas esa perfecta manicura es insuperable) Ella tomó lápiz y papel entre sus delicadas y alargadas manos escribiendo el nombre del libro, y también el de ella, en un tipo de letra algo extraño, y para dejar su sello personal, frotó sus labios en el papel dejando una imborrable huella con su pintalabios carmesí, (soy el librero más afortunado de la galaxia, que una hembra como ella se fije en mí, me hace el varón más venturoso del universo) luego estiró su escultural brazo color canela acercándole el trozo de papel que al recibirlo hizo que sus palpitantes entrañas rebotaran de júbilo.

Esa hebdómada fue para él, la más sobresaliente como agente literario por un par de razones, la primera porque las enajenaciones fueron de marca mayor y pudo saldar los pasivos atrasados y a punto de entrar en cobro jurídico; y como ustedes se podrán imaginar, porque le consiguió ese descontinuado ejemplar a la bella mujer, que lo vendría a buscar el primer día de la siguiente semana. Para el, la noche de ese domingo fue excepcionalmente insoportable, (¿Qué hora es? ¿Cuándo será que amanece? ¿ella si irá por el libro? ¿la volveré a ver algún día?) queriendo que los malcriados minuteros girasen a gran velocidad, para que llegase la hora esperada de volver a verla y entregarle su pedido. Cuando Gerardo arribó al sitio donde aparcó el carruaje esa noche, para conducirlo de nuevo a su puesto en el bulevar, (ya casi llega la hora de volverla a ver no lo puedo creer ella es la mujer de mis sueños) aterrizó en sus enormes y ofuscadas manos una gaceta noticiosa amarillista, que en su contraportada exponía a todo color una fotografía de ella, muy ligera de ropas ofertando un nuevo artículo para uso masculino.

Al cruzarse sus caramelizados ocelos con la despampanante fotografía que dejaba al descubierto la totalidad de sus mágicos secretos, por su cuerpo pasó un desequilibrante y furioso cimbrón que le hizo recular varios pasos, sus entrañas se erosionaron hasta quedar hechas trizas. Este sorpresivo encuentro generó en él un torrente de minúsculas podagras que emergían a borbotones por sus apesadumbrados luceros, aterrizando en el ordinario papel del diario justo en su redondeado torso descubierto. Los minutos transcurridos antes de llegar al sitio establecido para el estacionamiento del carromato en el ombligo del bulevar, (¿será que si viene? ¿ella habrá recordado la cita? Espero que sí, no veo la hora de verla nuevamente) fueron para Gerardo los más interminables de su experimentada vida, sin embargo, unos pocos metros antes de llegar al sitio se percató que ella ya estaba allí, no sabe si esperándolo a él, o sólo a la espera del tan anhelado ejemplar. Cuando sus entristecidos ojos se cruzaron con sus enormes luceros celestes, él, no pudo contener sus palabras de felicitación acerca de la sugestiva fotografía. Ella: ¡Oh no, por Dios!, ¿Qué es eso? ¿en que estará pensando mi hermana gemela? yo le había dicho que no hiciera ese estudio, El: ¿esta hermosa mujer no es usted?, Ella: ¡Por supuesto que no!, ella es mi hermana gemela que está dando sus primeros pinitos en el modelaje y ya ve hasta donde ha llegado, El: la verdad le digo que estaba pensando que era usted, Ella: ¡qué vergüenza con usted!, que estará pensando de mí. Le pregunto ¿si me pudo conseguir el libro?, El: ¡Claro! aquí está, y tranquila que sólo vinieron buenos deseos para usted al ver esa imagen, Ella: ¿Cuánto le pago por su libro?, El: Nada. hagamos un trato, Ella: ¿Cómo que nada? Usted debe estar loco ¿un trato? ¿A qué se refiere? El: mi oferta es bien intencionada y decorosa, desearía hacer algo novedoso en torno al carruaje para el fomento de la lectura, donde pudiésemos invitar a los desprevenidos transeúntes a escuchar un texto leído por su melodiosa voz, Ella: ¡Genial! eso sería fascinante, le digo que se consumaría mi ensueño de poner al servicio uno de mis talentos, El: pues le digo que ya serian dos los sueños cumplidos, Ella: Sí, ¿y cuál sería el suyo?, El: el mío es muy sencillo, tenerla a usted siempre frente a mis ojos deleitándonos con su espectacular figura y su encantadora voz, Ella: trato hecho, ¿Cuándo iniciamos?

A partir de ese caluroso atardecer colombiano, Isabela y Gerardo comenzaron una maravillosa experiencia de permanente trashumancia por los más inhóspitos y transitados bulevares de los cinco continentes. que aún hoy enero del 2021 continúa deleitando a grandes y chicos con las estupendas historias leídas con la radiante lexía de Isabela.

 

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez


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“HELADO ENCUENTRO”

    A lo largo de un invernal crepúsculo ensangrentado, se atisbaba cómo el azafranado astro decrecía dejando oscuras huellas en el desprevenido y congelado soto conífero, permitiendo ver su obesa figura en las transparentes aguas del cuasi congelado afluente, que descomponía un postrado y degradado madero. Mientras acontecía este bucólico episodio natural, nosotros transitábamos por allí en busca de albergue para nuestras gélidas humanidades; Cuando las tinieblas conquistaron la espesura de la alameda, encendimos el unigénito hachón para clarificar la senda que nos llevaría a la enamoradiza barraca donde pernoctaríamos aquella noche; a escasos pasos del aterido riachuelo encontramos el tan anhelado chalet que descubrió sus candorosas aberturas dándonos la bienvenida. Minutos más tarde, con los troncos de la chimenea ardiendo, y con el trasegar de las manecillas del cronógrafo nuestros cuerpos recuperaron la normotermia, y paso a paso derretimos nuestras apasionadas contexturas bajo los cuadriculados hilos de la frazada desparramada sobre la embriagante litera, unas horas después, escuchamos la destemplada tonada de un jactancioso espécimen alado que nos desadormeció  justo al iniciar el día.

 Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez 

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“AVENTURERO”

Varios días después que el audaz gameto masculino ganase la fecunda maratón entre la encolerizada maraña de células germinales que navegaban en los conductos del progenitor para fusionarse con el prodigioso huevo, se generó un pipiolo embrión que a los pocos días quebró intencionalmente el cascaron eclosionando en primer lugar para ganarse la primogenitura, a los pocos días el nidal se metamorfoseó en un campo de hostilidades en contra del vástago mayor, quien al verse amedrantado por sus consanguíneos, quiso dirigirse a conocer esos inverosímiles andurriales que atisbaba desde la orilla del nido.

En una lúgubre y frígida mañana hibernal este intrépido ser habiendo transitado la lúgubre senda del vilipendio, con gran osadía desertó del nido anhelando un sobresaliente horizonte venidero, embaló sus ínfimos feudos en un arcaico y aceitunado lienzo amarrado a un débil chamizo, partiendo sin boato consolidado dejando sus palmípedas huellas marcadas en el pantanoso sendero, luego de varios días, con un hambre atroz, temblando de frio se encontró frontis a un cristalino espejo de agua que lo ínsito a zambullirse y como por arte de magia aprendió a boyar elegantemente hasta convertirse en pocos septenarios en la envidia de los ánades de la región.

Pasaron varias mensualidades, y esta ambiciosa y aventurera creatura halló en el rincón más apartado de la laguna, una fascinante y dispuesta hembra que le despertó la libido haciéndole compartir su material genético, varias semanas después en un paradisiaco lugar eclosionaron sus primeros descendientes.

 Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez


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 “ENCUENTRO” 

En el insolente y malhumorado vértice entre la Avenida Oriental y la calle Ayacucho, en pleno centro de la metropolitana capital antioqueña, se pavonea radiante con su más de un siglo (ciento veinte y ocho años) de edad y su estilo barroco la impecable colegiata de San José. A diario y antes del amanecer, lanza una estentórea invitación a los feligreses para acudir a la celebración de la Santa Eucaristía, minutos después destapa las enormes y bien labradas compuertas de fina madera permitiendo el acceso de la copiosa feligresía.

Aquella dominical aurora, mis agotadas extremidades hollaron sus brillantes y coloridos baldosines adornados con esbeltos arabescos en busca de consuelo, transité longitudinalmente en un estruendoso silencio por la todavía oscura y fría nave central rumbo al tabernáculo, donde me entrevistaría con el santísimo sacramento, luego de treinta y cinco pasos me encontré frente al sagrario, incliné mi cuerpo haciendo reverencia a la presencia del Señor, puse mis crujientes rodillas en el muy incómodo y deteriorado reclinatorio de durísima madera y luego dejé brotar de mi conducto fonador una dócil deprecación de gratitud.

Pasados algunos minutos, no recuerdo cuantos con exactitud, ya un poco más sosegado, volví a mi posición erguida para ausentarme de su presencia, giré mi figura hacia el altar mayor donde hice una corta genuflexión y comencé el recorrido hacia el antipático bullicio de la calle. Cuando mis zapatos tantearon el desconcertante pavimento a mi pabellón auditivo arribó una constelación de incomprensibles barahúndas que me hicieron tambalear, y ni qué decir del arsenal de tentadoras ilusiones ópticas que recibieron mis caramelizados ocelos encegueciéndome por algunos instantes, luego de recuperar mis cinco sentidos, mis piernas ligeramente se abrieron paso hasta llegar al semáforo que tenía su colorada luz encendida. Mientras esperaba la variación de luz, hizo aparición el moderno tranvía metropolitano navegando por la antigua y atiborrada calle Ayacucho rumbo a la estación San Antonio, en la cual terminaría su esbelto recorrido y donde descendería el maremágnum de encolerizados pasajeros que empalmarían con el sistema Metro en busca de sus moradas

Ya con la rúa expedita para vadear en dirección austral, bajo el zarco empíreo donde cabalgaban sin rumbo fijo unos simpáticos cúmulos deseando obstaculizar el recorrido del rechoncho y ardiente astro, marché circunspecto y ensimismado hacia el parque de San Antonio, donde me encontraría con ella; luego de trasegar la terna de calles que me disgregaban de ella, me di cuenta que mis sospechas eran ciertas, al ver su agradable y pubescente figura coqueteando cerca al colorido quiosco de los primorosos granizados. Tan pronto nuestras miradas de entrelazaron a lo lejos, ella, no pudo reprimir el ciclópeo alarido de júbilo porque por fin se le cumpliría su anhelado y frio sueño. Pasados unos instantes mi sobrina y yo estábamos asentados plácidamente en las durísimas banquetas del parque, disfrutando un apetitoso granizado de café con chocolate.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez


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