“TRANSHUMANTES FILOLÓGICOS”
El afinadísimo Cucú, cucú, del antiguo cronógrafo marca las tres de la tarde, hora de dar comienzo a la lectura. Poco a poco la encantadora voz de Isabela atrae y embelesa a una constelación de distraídos viandantes que transitan ahora por este lejano bulevar
En un caluroso lunes lleno de visitantes en su librería rodante. donde los imprudentes cirros danzaban ronroneando por el índigo empíreo ansiando enmudecer el escandaloso recorrido del astro. Gerardo, un afable varón de cuarenta y cinco años de edad, ciento noventa centímetros de creatividad, con escasas carnes, soñador empedernido por la filología, soltero, mujeriego frustrado, nariz pinochesca, cejas tupidas, cabellera escasa, empollón de las artes literarias, viajero innato, tragón de comida chatarra y alcohólico anónimo. Todavía recuerda aquella tarde, estando instalado en el oscuro bulevar peatonal de esa encantadora población al norte de Colombia, rodeado por los fríos e insolentes muros grisáceos, pisando unas desgarradoras y feas rasillas de cemento, a la sombra de un despeinado y debilucho árbol. cuando las saetas del cronógrafo formaron un ángulo recto en el primer cuadrante del tablero arribó Isabela, una elegante y exuberante fémina de ciento ochenta centímetros de sabrosura, con peligrosas curvas, piel canela, 30 años de edad, ojos celestes, melodiosa voz gruesa, enamoradiza, creativa para las artes escénicas, soltera codiciada, hermana gemela idéntica, con exuberante y ondulada pelambrera azabache, soñadora, estudiante de maestría en literatura mundial, aventurera, madre soltera. portando una hechicera indumentaria azulada que enseñaba sigilosa y coquetamente su escultural conformación. Cuando ella se detuvo frente al carromato de Gerardo, (¿Quién será esa mujer? Así, igualita me la recetó el médico, ¿tendrá pareja? En mis sueños así es la mamá de mis hijos) un carruaje antiquísimo de grácil madera, que se desplaza al ser empujado gracias a cuatro chilladores y desgastados neumáticos, forrado con estanterías de madera de pino, con techo con ruidosa teja de zinc, coloreado de verde oscuro, finamente ornamentado con contrastantes letras doradas, compañero inseparable de su propietario, trecientos centímetros de envergadura, cómplice de muchos encuentros literarios y amorosos, siempre disponible para el fomento de la lectura, reconocido en miles de bulevares, liviano y de fáciles movimientos a indagar por un exiguo ejemplar literario, acrecentó su libido masculina, haciendo que todas las miradas de los desprevenidos transeúntes se posaran sobre su espectacular silueta, robándose por completo su atención.
Gerardo
con su escuálida y longilínea humanidad, habiéndose dejado contagiar por tan
celestial efigie femenina, (es preciosa miren esas piernas esos pechos esos ojos
definitivamente es preciosa no puedo dejar de mirarla) tuvo que engullir
espumarajo para poder atenderla como ella lo merecía, cuando su melodiosa
dicción penetró por sus desprevenidos conductos
auditivos, se sintió el librero más feliz del orbe,
por tener la prerrogativa de atenderla exclusivamente (será que si
tengo ese tomo, sería mi oportunidad para conocerla un poco mejor) luego
de una exhaustiva pesquisa por todos los estantes del carruaje, con su ánima acongojada, tuvo que manifestarle que carecía
de ese ejemplar. La primorosa y encantadora Isabela, un poco afligida, fabricó
un sugestivo parpadeo que atiborró de sensaciones el desdichado corazón de
Gerardo. Ella: me gustaría saber si me lo puedes conseguir para mi próxima visita,
El: haré todo lo posible. Ella: nos vemos el próximo lunes, El: encantado, aquí
la espero con los brazos abiertos, Ella: ¿recuerdas bien el nombre del libro? ¿Si
quieres te lo transcribo en un papel?, El: para mí sería más seguro tenerlo por
escrito, toma escríbelo en esta esquela.(miren eso esas fantasiosas manos esas falanges
estilizadas esa perfecta manicura es insuperable) Ella tomó lápiz y papel entre sus delicadas y alargadas
manos escribiendo el nombre del libro, y también el de ella, en un tipo de
letra algo extraño, y para dejar su sello personal, frotó sus labios en el
papel dejando una imborrable huella con su pintalabios carmesí, (soy el librero más afortunado de la galaxia, que una
hembra como ella se fije en mí, me hace el varón más venturoso del universo) luego
estiró su escultural brazo color canela acercándole
el trozo de papel que al recibirlo hizo que sus palpitantes entrañas rebotaran
de júbilo.
Esa hebdómada
fue para él, la más sobresaliente como agente literario por un par de razones,
la primera porque las enajenaciones fueron de marca mayor y pudo saldar los
pasivos atrasados y a punto de entrar en cobro jurídico; y como ustedes se
podrán imaginar, porque le consiguió ese descontinuado ejemplar a la bella
mujer, que lo vendría a buscar el primer día de la siguiente semana. Para el, la noche de ese domingo fue excepcionalmente
insoportable, (¿Qué hora es? ¿Cuándo será que amanece? ¿ella si irá por
el libro? ¿la volveré a ver algún día?) queriendo
que los malcriados minuteros girasen a gran velocidad, para que llegase
la hora esperada de volver a verla y entregarle su pedido. Cuando Gerardo arribó
al sitio donde aparcó el carruaje esa noche, para conducirlo de nuevo a su
puesto en el bulevar, (ya casi llega la hora de
volverla a ver no lo puedo creer ella es la mujer de mis sueños) aterrizó
en sus enormes y ofuscadas manos una gaceta
noticiosa amarillista, que en su contraportada exponía a todo color una
fotografía de ella, muy ligera de ropas ofertando un nuevo artículo para uso
masculino.
Al cruzarse
sus caramelizados ocelos con la despampanante fotografía que dejaba al
descubierto la totalidad de sus mágicos secretos, por su cuerpo pasó un
desequilibrante y furioso cimbrón que le hizo recular varios pasos, sus entrañas se erosionaron hasta quedar hechas trizas.
Este sorpresivo encuentro generó en él un torrente
de minúsculas podagras que emergían a borbotones por sus apesadumbrados luceros,
aterrizando en el ordinario papel del diario justo en su redondeado torso
descubierto. Los minutos transcurridos antes de llegar al sitio
establecido para el estacionamiento del carromato en el ombligo del bulevar, (¿será que si
viene? ¿ella habrá recordado la cita? Espero que sí, no veo la hora de verla
nuevamente) fueron para Gerardo los más interminables de su
experimentada vida, sin embargo, unos pocos metros antes de llegar al sitio se
percató que ella ya estaba allí, no sabe si esperándolo a él, o sólo a la
espera del tan anhelado ejemplar. Cuando sus entristecidos
ojos se cruzaron con sus enormes luceros celestes, él, no pudo contener
sus palabras de felicitación acerca de la sugestiva fotografía. Ella: ¡Oh no,
por Dios!, ¿Qué es eso? ¿en que estará pensando mi hermana gemela? yo le había
dicho que no hiciera ese estudio, El: ¿esta hermosa mujer no es usted?, Ella: ¡Por
supuesto que no!, ella es mi hermana gemela que está dando sus primeros pinitos
en el modelaje y ya ve hasta donde ha llegado, El: la verdad le digo que estaba
pensando que era usted, Ella: ¡qué vergüenza con usted!, que estará pensando de
mí. Le pregunto ¿si me pudo conseguir el libro?, El: ¡Claro! aquí está, y
tranquila que sólo vinieron buenos deseos para usted al ver esa imagen, Ella: ¿Cuánto le pago por su libro?, El: Nada. hagamos un trato, Ella: ¿Cómo que
nada? Usted debe estar loco ¿un trato? ¿A qué se refiere? El: mi oferta es bien
intencionada y decorosa, desearía hacer algo novedoso en torno al carruaje para
el fomento de la lectura, donde pudiésemos invitar a los desprevenidos
transeúntes a escuchar un texto leído por su melodiosa voz, Ella: ¡Genial! eso
sería fascinante, le digo que se consumaría mi ensueño de poner al servicio uno
de mis talentos, El: pues le digo que ya serian dos los sueños cumplidos, Ella:
Sí, ¿y cuál sería el suyo?, El: el mío es muy sencillo, tenerla a usted siempre
frente a mis ojos deleitándonos con su espectacular figura y su encantadora
voz, Ella: trato hecho, ¿Cuándo iniciamos?
A partir de ese caluroso
atardecer colombiano, Isabela y Gerardo comenzaron una maravillosa experiencia de
permanente trashumancia por los más inhóspitos y transitados bulevares de los
cinco continentes. que aún hoy enero del 2021 continúa deleitando a grandes y
chicos con las estupendas historias leídas con la radiante lexía de Isabela.
Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez