viernes, 26 de marzo de 2021

 “ENCUENTRO” 

En el insolente y malhumorado vértice entre la Avenida Oriental y la calle Ayacucho, en pleno centro de la metropolitana capital antioqueña, se pavonea radiante con su más de un siglo (ciento veinte y ocho años) de edad y su estilo barroco la impecable colegiata de San José. A diario y antes del amanecer, lanza una estentórea invitación a los feligreses para acudir a la celebración de la Santa Eucaristía, minutos después destapa las enormes y bien labradas compuertas de fina madera permitiendo el acceso de la copiosa feligresía.

Aquella dominical aurora, mis agotadas extremidades hollaron sus brillantes y coloridos baldosines adornados con esbeltos arabescos en busca de consuelo, transité longitudinalmente en un estruendoso silencio por la todavía oscura y fría nave central rumbo al tabernáculo, donde me entrevistaría con el santísimo sacramento, luego de treinta y cinco pasos me encontré frente al sagrario, incliné mi cuerpo haciendo reverencia a la presencia del Señor, puse mis crujientes rodillas en el muy incómodo y deteriorado reclinatorio de durísima madera y luego dejé brotar de mi conducto fonador una dócil deprecación de gratitud.

Pasados algunos minutos, no recuerdo cuantos con exactitud, ya un poco más sosegado, volví a mi posición erguida para ausentarme de su presencia, giré mi figura hacia el altar mayor donde hice una corta genuflexión y comencé el recorrido hacia el antipático bullicio de la calle. Cuando mis zapatos tantearon el desconcertante pavimento a mi pabellón auditivo arribó una constelación de incomprensibles barahúndas que me hicieron tambalear, y ni qué decir del arsenal de tentadoras ilusiones ópticas que recibieron mis caramelizados ocelos encegueciéndome por algunos instantes, luego de recuperar mis cinco sentidos, mis piernas ligeramente se abrieron paso hasta llegar al semáforo que tenía su colorada luz encendida. Mientras esperaba la variación de luz, hizo aparición el moderno tranvía metropolitano navegando por la antigua y atiborrada calle Ayacucho rumbo a la estación San Antonio, en la cual terminaría su esbelto recorrido y donde descendería el maremágnum de encolerizados pasajeros que empalmarían con el sistema Metro en busca de sus moradas

Ya con la rúa expedita para vadear en dirección austral, bajo el zarco empíreo donde cabalgaban sin rumbo fijo unos simpáticos cúmulos deseando obstaculizar el recorrido del rechoncho y ardiente astro, marché circunspecto y ensimismado hacia el parque de San Antonio, donde me encontraría con ella; luego de trasegar la terna de calles que me disgregaban de ella, me di cuenta que mis sospechas eran ciertas, al ver su agradable y pubescente figura coqueteando cerca al colorido quiosco de los primorosos granizados. Tan pronto nuestras miradas de entrelazaron a lo lejos, ella, no pudo reprimir el ciclópeo alarido de júbilo porque por fin se le cumpliría su anhelado y frio sueño. Pasados unos instantes mi sobrina y yo estábamos asentados plácidamente en las durísimas banquetas del parque, disfrutando un apetitoso granizado de café con chocolate.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez


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1 comentario:

  1. Genial microcuento que como bien sugiere el género, tiene un final inesperado. Felicitaciones querido Jaime.

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