miércoles, 13 de julio de 2022

 

IRREVOCABLE E INCLEMENTE CISMA

En uno de esos soporíferos atardeceres albuginosos de invierno, mis inapetentes neuronas hicieron una intempestiva sinapsis, estimulando a mi holgazana encarnadura a escapar de los hechiceros deleites de las frazadas, e ir a vagabundear por la inmisericorde metrópoli donde habito. Esa impopular incitación remolcó a mi amodorrado organismo a marchar hacia el helado bulevar circunvecino. Después de unas entumecidas zancadas, mis escarpines invernales pisaron los lustrosos baldosines de la inhabitada pinacoteca del vecindario, donde se estaba exhibiendo las obras gráficas de una ignota artista, cuyo nombre generó un asimétrico cosquilleo por mi efervescente sistema nervioso. Era ella, Alicia Beltrán, esa inolvidable chica de desordenada cabellera áurea, penetrantes ojos grises, tímida y enamoradiza, con hábiles manos para las artes, piel con bronceado permanente y labios carnosos escarlatas, con quien pase un sinnúmero de placenteros atardeceres, y un día como este, se marchó sin decir adiós.

El seductor epígrafe, atravesó sin demora mis desprevenidas pupilas y se introdujo ilegalmente en mi chola, cabalgando por algunos instantes por las curvaturas de mi cerebro, para luego aterrizar incitándome a adquirir el pase para disfrutar de la colección pictórica. Con la irregular credencial de acceso en mi mano derecha, se generó un inofensivo escozor; Inicie el recorrido hacia el ombligo de la galería con miras a tener en frente a la protagonista. Estando en pie, en las entrañas de la edificación realicé una escrupulosa inspección del lugar, sin lograr ver la silueta de la estrella de la noche. Después de unos minutos de observación, decidí enfilar mi atención en el disfrute de la obra. Pasaron unos seráficos instantes deleitándome en los multitudinarios lienzos, luego de sesenta minutos conquisté el ocaso de la exhibición.

En este punto, con un especial realce, se divisaba un oscuro lienzo que ambientaba una pluviosa noche, donde una mujer se desplazaba abrigada por un renegrido gabán, que dejaba al descubierto las longilíneas pantorrillas y sus arriesgados tacones, fabricando una jauría de cabriolas sobre el lodazal en que estaba convertido el bulevar, y permitiendo a la vez, el irrespetuoso  planeo de una intrépida chalina bermellón; se cubría del chubasco con las delicadas alas de un colorado paraguas, convertido en un gladiador intentando abrigar la soledad de la caminante. El sendero por donde andaregueaba la atrevida fémina, estaba delimitado por una profunda retahíla de árboles desnudos, que generaba un ambiente fantasmagórico.

Cuando mis incultos ojos concluyeron el paseo por el lienzo, mis agudos tímpanos vibraron con una melódica voz femenina, haciendo que mis vellosidades intentaran soltar amarras para volar; esa armónica dicción brotaba de las cuerdas vocales de Alicia Beltrán, Ella: hola, me da gusto verte aquí, bienvenido. Yo: ¿eres tú, Alicia?  Ella: la misma que canta y baila, Yo: felicitaciones por la exposición, Ella: ¿Cómo has estado? Te ves muy bien, Yo: he estado bien gracias a Dios, Ella: ¿Cuál de los cuadros te ha gustado más? Yo: sin ninguna duda, este que tengo en frente, porque me trae a la memoria el día de tu inesperada despedida. Ella: que buen comentario, esa obra lleva precisamente el título de Mi Huida, Yo: Son impresionantes los detalles que tuviste en cuenta, Ella: te cuento que es mi mejor trabajo hasta ahora, porque me recuerda un momento especial de mi existencia, Yo: ¿así fue de significativo? Ella: aunque no me creas, eres un ser que va a tener siempre un lugar especial en mi corazón, Yo: me gustaría escucharte alrededor de un exquisito morapio frente a la chimenea de la cabaña, Ella: ¿la cabaña es ese bar donde compartíamos los fines de semana? Yo: si el mismo, ¿a qué hora termina la exposición? Ella: a las ocho treinta, te espero.

Cuando las ambiciosas saetas del reloj marcaban las veinte horas treinta minutos, mis manos tocaron la escandalosa verja de la galería, la cual, al sentir mis friolentas manos sobre su rugosa aldaba, se fragmentó permitiendo mi tembloroso acceso. Tras una docena de pasos, mi temblorosa humanidad permanecía en pie en el tuétano de la solitaria galería. De repente, las luces cenitales se adormecieron dejando únicamente una diminuta luz en el fondo del gran salón, de allí a paso lento fue emergiendo ella, Alicia Beltrán, envuelta en un sobrio vestido negro, que resaltaba su silueta y dejando pulular la exquisitez de su belleza. Cuando nuestros alientos se fusionaron por la cercanía de nuestros rostros, por el sistema cerrado de Tv, se soltó la marejada de notas que brotaban de un saxofón que nos instigó a amalgamar nuestros cuerpos en un profundo abrazo. Ella: que gusto verte de nuevo, gracias por venir, Yo: fue una inesperada sincronía, Ella: ¿A dónde vamos a ir? Estoy con ansias de deleitarme con un exquisito morapio, como lo insinuaste, Yo: vamos entonces, que la noche es joven, Ella: llévame de tu mano.

Después de unos inacabables minutos, abrigados con el frio de la noche, llegamos a la barra de la cabaña. sin quererlo, por el organismo de Alicia Beltrán cacareó un rebaño de recuerdos dejándola paralizada por un par de segundos, Yo: ¿te pasa algo? Ella: es increíble que, en un instante, frente a mis ojos, pasó un rebaño de recuerdos vividos contigo, Yo: ¿eso quiere decir qué…? Ella: quiere decir que me ratifico en que fue la mejor decisión, Yo: ¿entonces no hay nada que hacer? Ella: nada más que una buena amistad. Esas palabras fueron para mí, como una cascada de rocas que golpearon mi ingenuo corazón. Minutos antes de terminar el día, con un arrogante ademán, Alicia Beltrán, se puso en pie y lanzó un desabrido beso en dirección a mis labios, y con cierto desparpajo abandonó la cabaña, sin volver a mirar atrás, dejándome íngrimo como aquella tarde. 

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia

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