martes, 26 de julio de 2022

 

*ENCUENTRO EN SECRETO*

Esa aburridora mañana de sábado, donde nada se movía de su lugar, ronroneaba melancólico Teo, el cariñoso minino del ogro de mi vecina, de verdolaga mirada y pelambre albina entreverada con gris, largos bigotes y descomunal ternura, mientras buscaba alguna actividad para entretenerse. Su propietaria, una ermitaña mujer cuarentona, con exceso de peso y mal trajeada, intentaba llamar la atención de su peludo compañero sin logarlo (¿Qué será lo que tiene ese animal?  Lo siento inquieto) Cuando el cucú del reloj de pared salió una decena de veces, la mujer y su mascota sintieron una extraña algarabía entre las patas de la destartalada nevera, despertando la curiosidad del felino, quien salto con agilidad al lugar del chasquido; en ese lóbrego recoveco se percibía la presencia de un ser no identificado, que avivó el espíritu cazador del morrongo, quien intentó con su garra diestra darle casería al intruso. Ella: ¿Qué estás viendo allí Teo? Cuál sería la sorpresa de la señora cuando su amado gato volteo la cabeza y exclamó: creo que es un ratón. Ella: ¿me estás hablando Teo? ¿desde cuándo puede hablar? Gato: hace algún tiempo, no había querido hacerlo contigo para no asustarte, y hoy se me salió y me descubriste, Ella: ¡no lo puedo creer! tengo un gato que habla, Gato: cálmate, tranquila, ayúdame a saber quién anda escondido en ese polvoriento rincón. La mujer anonadada por su nuevo descubrimiento movió la robusta nevera con una facilidad impresionante, dejando en evidencia el mal estado en que se encontraba la arista; estaba atiborrada de telas de araña y varias capas de polvo, donde se atisbaban unas huellas, al parecer de un minúsculo roedor.

El gato observador, al tener el espacio despajado, sin precaución saltó habilidosamente hacia una llamativa resquebrajadura que adornaba el roído paredón, generando una enorme polvareda, encegueciendo al par de curiosos, que querían ver quien habitaba en ella. Cuando la polvareda calmó su tormenta, Teo, enfocó sus esmeraldados ojos hacia la rugosa apertura. Instantes después, sus papilas gustativas manaban un archipiélago de babas mientras susurraba sal de ahí ratita, ratita … sal de ahí de ese lugar sal de ahí ratita, ratita … sal de ahí de ese lugar … vamos a llamar al perro… para que saque la ratita … (canción de dominio público) Mayor fue su sobresalto, cuando escuchó desde el fondo de la madriguera ¿Qué te pasa? déjame tranquilo, Gato: ¡¡¡Hijo de puta!!! este ratoncito también habla, ¿ahora qué voy a hacer? Ratón: quédate tranquilo y no hagas escándalos, que esa refunfuñona vieja no se entere, así podremos vivir tranquilos.

A Partir de ese día, esos tres especímenes vivientes comparten los espacios de esa deteriorada morada en completa felicidad.

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*

 

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