*ENCUENTRO EN SECRETO*
Esa aburridora mañana
de sábado, donde nada se movía de su lugar, ronroneaba melancólico Teo, el
cariñoso minino del ogro de mi vecina, de verdolaga mirada y pelambre albina entreverada
con gris, largos bigotes y descomunal ternura, mientras buscaba alguna
actividad para entretenerse. Su propietaria, una ermitaña mujer cuarentona, con
exceso de peso y mal trajeada, intentaba llamar la atención de su peludo
compañero sin logarlo (¿Qué será lo que tiene ese animal? Lo siento inquieto) Cuando el cucú del reloj
de pared salió una decena de veces, la mujer y su mascota sintieron una extraña
algarabía entre las patas de la destartalada nevera, despertando la curiosidad
del felino, quien salto con agilidad al lugar del chasquido; en ese lóbrego
recoveco se percibía la presencia de un ser no identificado, que avivó el
espíritu cazador del morrongo, quien intentó con su garra diestra darle casería
al intruso. Ella: ¿Qué estás viendo allí Teo? Cuál sería la sorpresa de la
señora cuando su amado gato volteo la cabeza y exclamó: creo que es un ratón. Ella: ¿me estás hablando Teo? ¿desde cuándo
puede hablar? Gato: hace algún tiempo, no había querido hacerlo contigo para no
asustarte, y hoy se me salió y me descubriste, Ella: ¡no lo puedo creer! tengo
un gato que habla, Gato: cálmate, tranquila, ayúdame a saber quién anda
escondido en ese polvoriento rincón. La mujer anonadada por su nuevo
descubrimiento movió la robusta nevera con una facilidad impresionante, dejando
en evidencia el mal estado en que se encontraba la arista; estaba atiborrada de
telas de araña y varias capas de polvo, donde se atisbaban unas huellas, al
parecer de un minúsculo roedor.
El gato observador, al tener el espacio despajado, sin
precaución saltó habilidosamente hacia una llamativa resquebrajadura que
adornaba el roído paredón, generando una enorme polvareda, encegueciendo al par
de curiosos, que querían ver quien habitaba en ella. Cuando la polvareda calmó
su tormenta, Teo, enfocó sus esmeraldados ojos hacia la rugosa apertura. Instantes
después, sus papilas gustativas manaban un archipiélago de babas mientras
susurraba ♫…♪… sal de ahí ratita, ratita
♫…♪… sal de ahí de ese lugar ♫…♪… sal de ahí ratita, ratita
♫…♪… sal de ahí de ese lugar ♫…♪… vamos a llamar al perro♫…♪… para que saque la ratita ♫…♪… (canción de dominio público) Mayor fue su sobresalto, cuando escuchó desde
el fondo de la madriguera ¿Qué te pasa? déjame
tranquilo, Gato: ¡¡¡Hijo de puta!!! este ratoncito también habla, ¿ahora qué
voy a hacer? Ratón: quédate tranquilo y no hagas escándalos, que esa
refunfuñona vieja no se entere, así podremos vivir tranquilos.
A Partir de ese día, esos tres especímenes
vivientes comparten los espacios de esa deteriorada morada en completa
felicidad.
*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*
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