La delicada caricia compartida
entre la enamoradiza luna y la flemática
inmensidad del piélago es, la plataforma de lanzamiento, desde donde mis
fantasías se levantan en dirección al infinito. Acullá, a la deriva, boyando en
mi trilateral velero, en la intimidad de mis quimeras;
aterriza un arsenal de axiomas que obnubila mi existencia. El parsimonioso
vaivén del oleaje náutico, capitaneó mi embarcación hasta una paradisiaca
ribera albina, acicalada por una figura femenina, quien permanecía inmóvil divisando
el trasegar del imponente satélite.
En
los conductos auditivos de la dama se cuchicheaba ♫…♪…
Estando yo sentada en la arena de la
playa viendo el mar ♫…♪… Un hombre
guapo, ♫…♪… Venía remando en una barca ♫…♪… Que venía
aproximándose hacia mí ♫…♪… El me miró,
me sonrió ♫…♪… Y yo
coquetamente viendo ♫…♪… Hice como que no vi ♫…♪… (Canción: La Guirnalda, compositor Juan
Gabriel)
melodía que cada atardecer le robaba una constelación de sollozos.
Cuando
las plantas de mis pies se hundieron en la arenisca, el murmullo incremento tu
tono, metamorfoseándose en una exclusiva romanza para mí. En ese periquete, se
hizo realidad la letra de la canción que, hasta el día de hoy, continuamos
disfrutando ella y yo. Si tú que estás leyendo este texto, no has escuchado ese
tema, hazlo y verás el maravilloso idilio que estoy viviendo en el puerto de
Vallarta.
Jaime
Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia.
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