LEEDORA IZADA EN PELIRROJO CREPUSCÚLO
En
un ruborizado atardecer de abril, en medio de un huraño y paradisiaco escondrijo
del litoral atlántico; una pubescente y agraciada lectora, se extasía con la lectura
de la obra cumbre de su hacedor literario predilecto, montada plácidamente en
su añorado balancín, suspendido de los fornidos ramajes de un vetusto árbol, por
un par de cepos trinitarios. Mientras atraviesa sus verdolagas pupilas por los
militarizados renglones, una pigmea ave cantora, se posa en el lomo del
ejemplar literario, dejando a disposición del entorno su sinfónico cantar. La
chica al escuchar la sinfonía alada, se enclaustró en sí misma, dejando que los
melodiosos acordes inundasen por completo sus conductos auditivos.
Con
el paso de los minutos, ella, retorna a la realidad y atisba sobre el
ensimismado piélago, la bulliciosa marcha de una constelación de seres alados que
cabalgaban sobre el ensangrentado ocaso. En la lejanía, el decrépito astro
aterrorizado se esconde tras un mediocre y trigonal otero, permitiendo que los
tentáculos de la oscuridad abracen pícaramente las corpulentas complexiones de
la multitud de cirrostratos.
Cuando
la asesina oscuridad logró su objetivo, la doncella descendió de su preciado
vehículo, regresando a su habitáculo para alistar su apetitosa merienda y
aterrizar en su célibe nido. Esta apolínea rutina crepuscular se itera
diariamente. Ella, continúa esperando la comparecencia del idealizado
personaje, con el que pueda protagonizar una inolvidable novela romántica.
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