*INTRANQUILA
ESPERA AL ATARDECER*
En
una escuálida buhardilla del centro de una reconocida urbe, Guadalupe Arias,
una hacendosa mujer de tres décadas de existencia, con angelical figura,
inteligencia superior al promedio, con alisada cabellera azabache, enamoradiza
sin remedio, portadora de una cintura de avispa, apasionada por el arte
literario, ojos esmeraldados, mira por el obsoleto ventanal de su aposento, las
encopetadas techumbres de las edificaciones contiguas, con la intención de
encontrar la corpulenta conformación de Sebastián Jiménez, su amado (huyó
asustadizo por terror al compromiso), que permanece ausente desde hace algunas
anualidades. La inquieta y enamoradiza muchacha tararea desde su inesperada
partida, cada atardecer ♫…♪… ¿Dónde estarás? ¿Dónde estarás,
cariño mío? ♫…♪… ¿Dónde estarás? ♫…♪… Verano ardiente, invierno frío ♫…♪… Aunque los días sean tristes y
aburridos♫…♪… No sé qué hacer♫…♪… ¡Si no estás tú! ♫…♪… (Compositores: Dario Farina/cristiano Minellono) intentando apaciguar su pena.
En un insípido crepúsculo, un quinquenio después,
durante su cotidiana y esperanzadora observación, Guadalupe Arias, (ese 19 de junio de 1990, a lo lejos de se escuchaba
la narración de William Vinasco Ch. del partido mundialista de Colombia contra
Alemania… Corto la pelota Leonel, Leonel la saca al medio para el bendito
fajardo, 47 minutos, dos de adición, camina el Bendito fajardo con ella, la
entregó para el Pibe Valderrama, lo domina el Pibe Valderrama, entregando sobre
la izquierda muy bien para Rincón, Rincón con el Bendito, este entregando para
el Pibe, Muy bien viene Colombia Dios mío, Colombia goooooooool , goooooooool,
impresionante viva Colombia) enfocó sus penetrantes ocelos en un voluminoso cuerpo que se
robó su mirada, (¿eres tu mi amor? Siii, eres tu amado mío, te esperaba con mi
corazón latiendo, ¡no puede ser! ¡no puede ser! ¡¡¡Maldita sea!!! no eres tú!
Es el vecino que con estas festividades se engordó y quedó igualito.) y su ritmo
cardiaco, se aceleró aumentando el cortisol en su torrente sanguíneo. Antes del
repiquetear de las campanas de la ermita que avisa la conclusión del día, en la
guarida de la bella dama, trinó el desentonado timbre asustando en demasía
Guadalupe Arias, que con una descomunal intriga Ella: ¿Quién toca la puerta a
esta hora tan inoportuna? El: soy yo, Sebastián Jiménez,
Ella: ¿Sebastián Jiménez? No lo creo, dame una clave para creerte, El: recuerdo
que tú tienes un lunar justo en medio de tu exquisito busto, Ella: esa no es una
clave sólida, porque con un escote profundo es visible a todos, El: ¿Qué más
detalles necesitas para abrir la puerta? Ella: algo más íntimo, El: ja, ja, ja,
que buenos recuerdos están aterrizando en mi cabeza, te gustaba como te besaba
tus cuatro labios y te encantaba recorrer con tu golosa lengua mis territorios
más íntimos.
Con
semejantes recuerdos, la piel de Guadalupe Arias, se erizó y sobre exaltada de
alegría abrió las alas del bullicioso pórtico y vacilante se dejó abrazar por
la enternecedora mirada de Sebastián Jiménez, ese hombre fornido, poco
expresivo, con extremidades largas, tez morena, ojos caramelizados y holgazán
para laborar, que la había abandonado muchos años antes, Ella: ¿Dónde has
estado todo este tiempo? Mi vida sin ti,
ha sido un completo caos, El: he estado en varios lugares, buscando la
felicidad que siempre he soñado, sin embargo, no la he encontrado aún, Ella:
¿entonces qué haces aquí? porque según recuerdo yo tampoco te hice feliz, El:
tienes razón, en ese momento te menosprecié y herí tu corazón quinceañero,
Ella: no entiendo entonces que haces aquí, El: déjame pasar y te cuento. El
corazón de Guadalupe Arias, aumentó sus pulsaciones hasta casi ocasionarle un
sincope; Sebastián con agilidad felina, la tomó en sus bronceados brazos
evitando que cayera al piso, El: Amor, ¿Qué te pasa? respira profundo, ¿Por qué
te pones así? Ella: es la emoción de verte.
Las
siguientes horas, fueron para este par de tortolitos, las mejores que
recordaban; compartieron historias, caricias, besos, fotografías, y unas
cuantas copas de un esquisto y añejo morapio que ella guardaba para una ocasión
especial. Minutos antes de rayar el alba, ya sus cuerpos sedientos se habían
amalgamado varias veces llegando en conjunto a la plenitud del éxtasis. Cuando
los intrépidos tentáculos solares penetraron por los diminutos poros de la
cortina, intercalándose con la placentera oscuridad del aposento, Sebastián
Jiménez, se levantó y después de darse un refrescante baño con agua fría,
partió silenciosamente para nunca regresar. Al despertar, Guadalupe Arias, se
encontró desnuda frente a frente, con el bullicioso silencio del abandono. Ella,
cada ocaso, después de su exigente jornada laboral, continúa asomándose por su
decrepito ventanal, haciendo su dolorosa observación, fantaseando con las
inenarrables carantoñas de su escurridizo galán.
*Jaime
Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*
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