sábado, 4 de septiembre de 2021


EQUILÁTERO CANDELECHO CARRASCOSO

Tras unas interminables e iracundas horas de travesía, por un escabroso y truculento soto andino; ya con la deshidratación encumbrada haciendo de las suyas. En el ombligo de la umbrosa floresta, encontré un majo, hermoso, caluroso y triangular bohío, cimentado con selectos leños que interrumpía la bulliciosa calma de mi íngrima andanza. De mi agotada humanidad, al ver la majestuosidad del chalet, que rasgaba con colosal gentileza la llaneza del ecuatorial paraje, germinó una profunda exhalación que tranquilizo mi irracional raciocinio.

Ante semejante magnificencia, mis aciguatadas pupilas, gluglutearon por la universalidad de la rocambolesca estancia; hasta aterrizar extasiados en el ortocentro de la geométrica construcción; en cuyo frontispicio resaltaba un quinteto de benjamines claraboyas clausuradas, en compañía de un rectangular orificio con un par de postigos batientes, dando paso a la incandescente luz que emanaba la chispeante chimenea.

De repente, tras la geométrica edificación, brotó una pubescente vampiresa, que al verme incoó una alucinante travesía en mi dirección, patentizando una angelical cadencia corporal, que desfalcó la totalidad de mis sentimientos, consintiendo un flechazo de cupido, que se perpetua en la actualidad.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia

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