EQUILÁTERO
CANDELECHO CARRASCOSO
Tras
unas interminables e iracundas horas de travesía, por un escabroso y truculento
soto andino; ya con la deshidratación encumbrada haciendo de las suyas. En el
ombligo de la umbrosa floresta, encontré un majo, hermoso, caluroso y
triangular bohío, cimentado con selectos leños que interrumpía la bulliciosa
calma de mi íngrima andanza. De mi agotada humanidad, al ver la majestuosidad
del chalet, que rasgaba con colosal gentileza la llaneza del ecuatorial paraje,
germinó una profunda exhalación que tranquilizo mi irracional raciocinio.
Ante
semejante magnificencia, mis aciguatadas pupilas, gluglutearon por la
universalidad de la rocambolesca estancia; hasta aterrizar extasiados en el
ortocentro de la geométrica construcción; en cuyo frontispicio resaltaba un
quinteto de benjamines claraboyas clausuradas, en compañía de un rectangular
orificio con un par de postigos batientes, dando paso a la incandescente luz
que emanaba la chispeante chimenea.
De
repente, tras la geométrica edificación, brotó una pubescente vampiresa, que al
verme incoó una alucinante travesía en mi dirección, patentizando una angelical
cadencia corporal, que desfalcó la totalidad de mis sentimientos, consintiendo
un flechazo de cupido, que se perpetua en la actualidad.
Jaime
Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia
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