PÉTREO
GALÁPAGO
Tras
surcar las enfurecidas e interminables oleadas, sobre la celeste inmensidad del
enardecido piélago; la exuberante y temeraria proa de nuestro antiquísimo navío,
se topó de improviso con un inusual peñasco, un cíclope carey rocoso, quien irrumpía
con imponente señorío sobre las azuladas y adormecidas corrientes oceánicas,
creando un entorno jurásico.
La
totalidad de la avezada marinería atónita, pinchaban su bronceada y marchita
epidermis, presintiendo encontrarse en una inverosímil fantasía. Pasado un
sempiterno centenar de minutos, ya habiendo descendido del fortuito sobresalto;
los más eruditos navegantes, incoaron una minuciosa inspección al animalesco
risco, descubriendo en él, una constelación de sorpresas.
En
el punto más alto del gigante quelonio rocoso, se concibió un pantagruélico
fontanar de cristalinos fluidos salubres, que revolotean por los aires mientras
caen al ecuatorial ponto; creando una portentosa catarata que refresca el
caluroso entorno. En el ombligo de la animalesca ínsula, se encontraron
yacimientos de variadas gemas, que al ser traspasados por los insolentes haces
luminosos generan una constelación de multicolores visos. En la cima, en forma
de telliz, germinaron un centenar de especies vegetales, preparando el terreno para
una fértil arboleda tropical.
A
partir de ese día, la totalidad de cadetes a bordo de la fragata escuela, durante
los inclementes itinerarios de instrucción, aparcan frente al rocosa bestia, a
escuchar las multitudinarias narraciones sobre su génesis.
*Jaime
Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia.*
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