sábado, 4 de septiembre de 2021


PÉTREO GALÁPAGO

Tras surcar las enfurecidas e interminables oleadas, sobre la celeste inmensidad del enardecido piélago; la exuberante y temeraria proa de nuestro antiquísimo navío, se topó de improviso con un inusual peñasco, un cíclope carey rocoso, quien irrumpía con imponente señorío sobre las azuladas y adormecidas corrientes oceánicas, creando un entorno jurásico.

La totalidad de la avezada marinería atónita, pinchaban su bronceada y marchita epidermis, presintiendo encontrarse en una inverosímil fantasía. Pasado un sempiterno centenar de minutos, ya habiendo descendido del fortuito sobresalto; los más eruditos navegantes, incoaron una minuciosa inspección al animalesco risco, descubriendo en él, una constelación de sorpresas.

En el punto más alto del gigante quelonio rocoso, se concibió un pantagruélico fontanar de cristalinos fluidos salubres, que revolotean por los aires mientras caen al ecuatorial ponto; creando una portentosa catarata que refresca el caluroso entorno. En el ombligo de la animalesca ínsula, se encontraron yacimientos de variadas gemas, que al ser traspasados por los insolentes haces luminosos generan una constelación de multicolores visos. En la cima, en forma de telliz, germinaron un centenar de especies vegetales, preparando el terreno para una fértil arboleda tropical.  

A partir de ese día, la totalidad de cadetes a bordo de la fragata escuela, durante los inclementes itinerarios de instrucción, aparcan frente al rocosa bestia, a escuchar las multitudinarias narraciones sobre su génesis.

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia.*

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