BALANCÍN CÓSMICO
Un efervescente atardecer de ocio
vacacional, arreglando el desbarajuste acontecido por el fenecimiento de la
yaya Ana, nosotros los entristecidos vástagos, encabezamos un plan de búsqueda
de los posibles tesoros que podría tener la vieja entre sus infinitas posesiones.
Posteriormente revisamos habitáculo por habitáculo de toda la propiedad sin
hallar nada sobresaliente. Al bajar la deteriorada moldura barroca que de pared
a pared y de piso a techo abarcaba el resplandeciente y antiquísimo cristal, en
el cual, todos otrora habíamos reflejado nuestras esbeltas y elegantes siluetas;
nuestros alucinados ocelos descubrieron la existencia de un fraudulento portón
que daba acceso a una humedecida e iracunda catacumba desconocida por toda la parentela
hasta ese instante. Anonadados por el sorprendente hallazgo dispusimos hender
el desconocido pórtico e internarnos en ese misterioso y desconocido paraje, al
impeler el portón se escucharon los melodiosos chillidos de las añosas
charnelas dejando al descubierto un pasadizo atiborrado de blanquecinas telas
de arañas, al dar el primer paso encontramos un envejecido candil que
encendimos con unos fósforos de madera que estaban a su lado, entramos
abriéndonos paso con una despeinada barredera que enrollaba los finos hilos en
sus desgastadas hebras dejando al descubierto las paredes de la catacumba.
Pasados algunos minutos, aparecieron unas tenebrosas y enmohecidas escalinatas dando
acceso a un grisáceo y desordenado salón donde escrupulosamente colocados se
observaban algunos elegantes, pero trasnochados muebles estilo Luis XV,
carcomidos por el polvo y la humedad; de las desgastadas y rústicas paredes pendían
escaparates de fina madera y algunas descoloridas obras de arte abstracto, en
el rincón más remoto cubierto por décadas de polvo, se hallaba un corpulento
baúl de cedro adornado con un antiquísimo cerrojo que llamó poderosamente
nuestra atención por ser el único que tenía un extraño llavín pendiendo de su
cerradura. Cuando estábamos frontis al enorme cajón giramos el llavín y abrimos
la pesada cubierta, que al generar un ángulo de 90 grados dejó salir el
delicioso aroma con el que recordábamos a la yaya Ana, acompañado de un minúsculo
polvillo que penetró por nuestras fosas nasales propiciándonos una alérgica
sacudida, después del unánime estornudo nuestras cabezas regresaron al
misterioso baúl a conocer su delicado contenido, para nuestra sorpresa la yaya
albergaba en esta arca los más bonitos recuerdos de cada uno de sus
descendientes, minuciosamente empacados en un exquisito orden en unas talegas
de trapo debidamente marcadas, cada uno de
nosotros tomó la bolsa con su nombre, inicialmente un estrepitoso
silencio inundó la sala, para luego expandir los estruendosos lloriqueos que
emergían de nuestras humanidades al ver los bellos recuerdos que ya habíamos
dejado en el olvido.
Para ser
honesto, el recuerdo que más dejó huella en mi corazón de los que encontré
dentro de mi azulada bolsa, fue la fotografía que nadie conocía, o que ninguno
de nosotros había visto hasta ese momento que tenía en el respaldo escrito en
tinta negra 16/12/1975, en la foto aparecíamos mi prima Sonia y yo, montados en
el destartalado sube y baja de la finca del abuelo Jairo en una estrellada
noche, ustedes dirán ¿qué tiene de extraño un par de niños montando en un sube
y baja en una noche estrellada? Les explicaré, en las vacaciones de fin de año
durante esas fantásticas noches de lluvia de estrellas, Sonia y yo, jugábamos y
soñábamos siendo astronautas que volábamos en la más sofisticada y moderna nave
espacial, que tenía un enorme y tecnológico telescopio con el que observábamos las
galaxias lejanas, cada vez que Sonia y yo llegábamos a la finca del abuelo nos
programábamos para hacer realidad nuestros sueños de ser astronautas montando
en el sube y baja que nos transportaba al cielo
Hoy, cuatro décadas y media después, al encontrar este tesoro me doy cuenta de que aún nos faltan muchos sueños por cumplir.
Jaime Eduardo
Aristizábal Álvarez – Colombia
Me encanto, vamos en busca de nuestros sueños.
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