martes, 14 de septiembre de 2021

 

BALANCÍN CÓSMICO

    Un efervescente atardecer de ocio vacacional, arreglando el desbarajuste acontecido por el fenecimiento de la yaya Ana, nosotros los entristecidos vástagos, encabezamos un plan de búsqueda de los posibles tesoros que podría tener la vieja entre sus infinitas posesiones. Posteriormente revisamos habitáculo por habitáculo de toda la propiedad sin hallar nada sobresaliente. Al bajar la deteriorada moldura barroca que de pared a pared y de piso a techo abarcaba el resplandeciente y antiquísimo cristal, en el cual, todos otrora habíamos reflejado nuestras esbeltas y elegantes siluetas; nuestros alucinados ocelos descubrieron la existencia de un fraudulento portón que daba acceso a una humedecida e iracunda catacumba desconocida por toda la parentela hasta ese instante. Anonadados por el sorprendente hallazgo dispusimos hender el desconocido pórtico e internarnos en ese misterioso y desconocido paraje, al impeler el portón se escucharon los melodiosos chillidos de las añosas charnelas dejando al descubierto un pasadizo atiborrado de blanquecinas telas de arañas, al dar el primer paso encontramos un envejecido candil que encendimos con unos fósforos de madera que estaban a su lado, entramos abriéndonos paso con una despeinada barredera que enrollaba los finos hilos en sus desgastadas hebras dejando al descubierto las paredes de la catacumba. Pasados algunos minutos, aparecieron unas tenebrosas y enmohecidas escalinatas dando acceso a un grisáceo y desordenado salón donde escrupulosamente colocados se observaban algunos elegantes, pero trasnochados muebles estilo Luis XV, carcomidos por el polvo y la humedad; de las desgastadas y rústicas paredes pendían escaparates de fina madera y algunas descoloridas obras de arte abstracto, en el rincón más remoto cubierto por décadas de polvo, se hallaba un corpulento baúl de cedro adornado con un antiquísimo cerrojo que llamó poderosamente nuestra atención por ser el único que tenía un extraño llavín pendiendo de su cerradura. Cuando estábamos frontis al enorme cajón giramos el llavín y abrimos la pesada cubierta, que al generar un ángulo de 90 grados dejó salir el delicioso aroma con el que recordábamos a la yaya Ana, acompañado de un minúsculo polvillo que penetró por nuestras fosas nasales propiciándonos una alérgica sacudida, después del unánime estornudo nuestras cabezas regresaron al misterioso baúl a conocer su delicado contenido, para nuestra sorpresa la yaya albergaba en esta arca los más bonitos recuerdos de cada uno de sus descendientes, minuciosamente empacados en un exquisito orden en unas talegas de trapo debidamente marcadas, cada uno de  nosotros tomó la bolsa con su nombre, inicialmente un estrepitoso silencio inundó la sala, para luego expandir los estruendosos lloriqueos que emergían de nuestras humanidades al ver los bellos recuerdos que ya habíamos dejado en el olvido.

Para ser honesto, el recuerdo que más dejó huella en mi corazón de los que encontré dentro de mi azulada bolsa, fue la fotografía que nadie conocía, o que ninguno de nosotros había visto hasta ese momento que tenía en el respaldo escrito en tinta negra 16/12/1975, en la foto aparecíamos mi prima Sonia y yo, montados en el destartalado sube y baja de la finca del abuelo Jairo en una estrellada noche, ustedes dirán ¿qué tiene de extraño un par de niños montando en un sube y baja en una noche estrellada? Les explicaré, en las vacaciones de fin de año durante esas fantásticas noches de lluvia de estrellas, Sonia y yo, jugábamos y soñábamos siendo astronautas que volábamos en la más sofisticada y moderna nave espacial, que tenía un enorme y tecnológico telescopio con el que observábamos las galaxias lejanas, cada vez que Sonia y yo llegábamos a la finca del abuelo nos programábamos para hacer realidad nuestros sueños de ser astronautas montando en el sube y baja que nos transportaba al cielo 

Hoy, cuatro décadas y media después, al encontrar este tesoro me doy cuenta de que aún nos faltan muchos sueños por cumplir.

                                                 Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia


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