miércoles, 11 de enero de 2023

 


 INCANDESCENTE CONFLUENCIA

La provocativa e hipócrita penumbra, acariciaba nuestras concupiscentes apetencias, engolosinando las sicalípticas fantasías, que navegaban entre las albinas e apetitosas frazadas del paradisiaco tálamo. La escalofriante oscuridad que me incita a ronronearle al oído es, el mástil donde se izan mis más desaforados sueños. El tic tac del enloquecedor cronógrafo, retumbaba en las bulliciosas tinieblas de nuestro refugio amatorio, suscitando una ferviente apetencia de amalgamar nuestras esencias hasta convertirnos en una sola carne. La embriagadora tonalidad del brebaje del agracejo, en su huracanado itinerario enloquece cada fagocito de mi tracto digestivo, provocando una estranguladora resaca. El irreverente néctar embriagador contenido en el estilizado cáliz es, el silencioso alcaloide que susurra cada ocaso, en mis papilas gustativas, tentándome a sucumbir ante sus encantos. Las excitantes paginas amarillentas del texto enólogo, son devoradas por la inquietud de mis impacientes neuronas. La indescifrable seducción de la enología es, la irreverente piedra de tropiezo donde colisionan mis debiluchas ansias de tenerla en mi regazo. Los indefensos maderos son abrasados por las alocadas flamas, arrebatándoles su fortaleza hasta convertirlos en pulverulentas pavesas. La iracunda llamarada, que busca someter los dominios de la oscuridad mastodonte es, el bálsamo que aquieta mis traviesos y pletóricos aforismos. En tanto que consumíamos el exquisito tinto, mis tímpanos vibraron con una antiquísima melodía que entonaba mi abuela ♫…Yo me voy para el monte mañana … yo me voy a cortar leña verde … para hacer una hoguera y en ella … y en ella echar a quemar tu cariño … (canción: cenizas al viento. Compositor José A. Morales) El chispeante resplandor de los leños ardientes es, la ambrosia que aviva mis reminiscencias, de aquellas anualidades en la morada paterna. Con cada ocaso invernal, atizar el fuego de la impaciente almenara, era obligatorio para procrear el ámbito exacto, para desfogar la encolerizada sensualidad que fallecía con la indiscreta alborada. El chocarrero recorrido del intoxicante morapio por nuestro torrente sanguíneo, atosiga mi polifagia de custodiar sus jurisdicciones de riesgo con mis transgresoras palmas. La traslucida crátera que envuelve al exquisito morapio es, mi fiel camarada en los gélidos crepúsculos de la afrodisiaca orfandad. Cuando el tiempo se escurre entre las sábanas de nuestro lecho mancebo, nos reintegramos a la amarga verdad en la que se perpetúa nuestra existencia. 

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*

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