*LIENZO NAVAL EN
REMEMBRANZA DE MI ANTEPASADO*
Aquella
aurora cetrina, mientras correteaba meditabundo por la antipática orilla del aturquesado
mar (luchando con el despecho); en el confín de la bulliciosa arenisca,
alcancé a percibir un irresponsable resplandor, que se robó, ipso facto, mi
atención. Mis energúmenas piernas danzaron sin demora, hacia el ofensivo
centelleo y después de un centenar de zancadas estuve frente al indescriptible
encanto de un anónimo fresco. Mis ariscos ocelos zarcos, relincharon del
asombro, por estar contemplando el trinar de un elogio iconográfico de mi yayo
Evaristo, que desconocía por completo toda mi parentela. [El calendario ha
deshojado su veinticincoava hoja del mes de febrero, las saetas del reloj marcan
las 14:07 horas, mi visual sobre el valle de Aburrá es opacada por el enjambre
de hojas del erecto guadual frente a mi ventana. El azulado cielo permanece adornado
por unos pocos afelpados nubarrones]
La
magnificencia con la que resplandecía la remembranza de mi anciano antecesor,
amordazó con un filamento escarlata mis extremidades, dejándome yerto por unos
insoportables minutos. Mientras pasaba el tiempo, de mis inocentes lagrimales
brotó un avispero de quiragras, que en caída libre se sumergían en las
primaverales fibras algodonosas de mi camisón. Cuando me reintegré, los
insoportables recuerdos que aterrizaron en mi testa, hicieron eclosionar una
temblorosa exclamación ¡¡¡Hijo de puta!!! ¡Es increíble, es precioso!,
incitándome a peregrinar por cada centímetro de la obra.
Era
tan impresionante la verosimilitud y nitidez con que estaba logrado el mural, que
yo, sin dudarlo ni un instante, vi la imagen en blanco y negro de mi abuelo,
postrado en su banca predilecta mientras atisbaba (como decía él) el
orgiástico rebaño de gaviotas que ladraban durante su planeo desafiante,
retando a muerte al energúmeno cielo nublado. Era increíble el cardumen de
detalles que contenía la pictografía, que hasta aparecía el “Point Reyes”
nombre de la barcaza destartalada con la que mi yayo había desarrollado su
prodigiosa carrera de pescador profesional.
El
icónico hallazgo artístico, en ese paradisiaco hábitat, despertó en el linaje
de Evaristo, un pantagruélico entusiasmo por ser los propietarios de los
predios. Hasta la fecha de hoy, ese litigio todavía cacarea por los estrados
judiciales.
*Jaime
Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*
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