REMINISENCIAS CONSANGUÍNEAS
En uno de esos días, en que nuestro ser despierta con deseos de limpiar,
hasta los más recónditos de los rincones del alma, subí a la abandonada
buhardilla de la mansión de la yaya Lala, y allí encontré ese grandulón baúl, donde
la vieja Lala (como le decíamos de cariño a la abuela) tenía guardado la mayor
cantidad de nuestros recuerdos de infancia. Mi corazón incrementó sus
pulsaciones desaforadamente en menos de cinco segundos, por tener frente a mi
tan significativa arca. Luego de limpiar la espesa capa de polvo y el
maremágnum de telas de araña que cubría ese antiquísimo arcón, a mi mente arribaron
un centenar de reminiscencias, que hicieron brotar de mis caramelizados ocelos,
una constelación de cristalinas podagras, que después de rodar por mis pecosos
pómulos, fueron a estallar en la fina madera del gran baúl. Ya habiendo
adecentado la corpulenta caja. Cuando traté de separar la tapa para reconocer
su contenido, sus oxidadas charnelas, emitieron un desentonado y penetrante
canto que atiborró mis conductos auditivos, generándome de inmediato un gran
dolor de cabeza.
Entre la infinidad de cachivaches que estaban guardadas con inteligente
delicadeza, el objeto que llamó más mi atención fue un deteriorado almanaque de
1969 que tenía un par de recordatorios en el mes de julio, específicamente el
día 20; que al parecer eran importantes por estar escritos en tinta roja.
Cuando mis ojos enfocaron para poder descifrar lo que decía, logré entender
unas pocas palabras, las primeras, hombre luna, y las otras nace Mario Alberto.
Luego de algunos minutos tratando de interpretar esas palabras, a mi mente
aterrizaron un cardumen de interrogantes acerca de su significado. Cuando
concluí la inspección del trascendental cajón, descendí del ático y me dirigí a
la habitación de la yaya Lala, para que me contara que había pasado en la
familia el 20 de julio de 1969.
La abuela Lala, al escuchar mi pregunta, guardó silencio unos minutos;
luego de los cuales, limpió con su pequeño y bordado pañuelo las cataratas que
brotaban de sus tristes ojos. Yo, con algo de imprudencia pregunté: ¿abuela que
pasa? ¿Hay algo que yo no sepa? La abuela con la calma que dejan los años, con
su melodiosa voz me respondió: no es nada de eso mi niño, puedes estar tranquilo,
estas lagrimas son de alegría; esa fecha es muy importante para mí, porque ese
día nació tu tío Beto, mientras escuchábamos en la radio la noticia de la
llegada del hombre a la luna. Ahora entiendo porque están los dos
acontecimientos remarcados.
Pasaron algunos días, y regresé a casa de la yaya Lala, para continuar con
la exhumación de recuerdos familiares; volví a subir al ático para desempolvar
otras cajas allí abandonadas; sin saber por dónde comenzar la exploración,
tropecé con una cajita metálica que, al chocar con mi bota, generó un estruendo
que se escuchó varias cuadras a la redonda. Me arrodillé para asir con mi mano
derecha esa bulliciosa caja, y gran sorpresa me llevé, cuando en su tapa estaba
el nombre completo de mi tío Beto (Mario Alberto de Jesús Hincapié Durango) mi
espíritu investigador se abalanzó sobre esa misteriosa cajuela para conocer su
interior. Ni para que les cuento, la sorpresa que me lleve cuando leí con estos
desgastados ojos que se van a comer los gusanos, una larguísima lista
encabezada por mi tío Beto, que al final decía: “estos son algunos de los
nombres de las personas fallecidas el 11 de septiembre de 2001, durante el
ataque a las torres gemelas en la ciudad de Nueva york.”
Cuando mis ojos terminaron de recorrer ese amarillento pedazo de papel,
sentí como un delicado cosquilleo tránsito desde el dedo gordo del pie derecho,
hasta la última de las hebras de mi frondosa y canosa cabellera. ¡No puede ser!
¡No puede ser! Ahora entiendo por qué a la yaya Lala, le costó tanto trabajo
responder a mi pregunta ese día. ¿Ahora qué hago con esta información?
Imposible preguntarle a Lala, si para mí ha sido impactante, no quisiera
imaginar lo que sería para ella. Si mis matemáticas no me fallan, (2001 menos
1969) el tío Beto solo alcanzó a vivir 32 años, yo estaba muy pequeño cuando
esto sucedió, es por eso que no lo alcanzo a recordar. ¿habrá dejado
descendencia? Con esta incertidumbre no me pienso quedar, es por eso que
seguiré mi búsqueda de la historia de mi familia en ese olvidado lugar en la
casa de yaya Lala.
Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez
Amigo, en el Baúl de los recuerdos siempre encontraremos nuevas historias. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarEl ser humano siempre irá en busqueda de sus historia, para encontrarse en su presente.
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