domingo, 14 de noviembre de 2021

 



ADORMILADA POBLACIÓN

En la cúspide de la colosal cordillera de los andes, por allá en los paradisiacos ecosistemas sureños de Colombia, se levanta un liliputiense caserío, donde las saetas del cronógrafo giran en cámara lenta, a tal punto que, cuando el tímido astro diurno sale por detrás de los peñascos, es ocultado rápidamente por los imprudentes cirrostratos que cabalgan desaforados por el azulado empíreo. Sus precarios moradores subsisten en una modorra tan contagiosa, que cualquier ser humano que pise sus empolvadas calles queda, ipso facto, contagiado. 

En una de sus atrevidas excursiones, Lucho López, un experimentado caminante de sesenta y cinco años de edad, con su piel adornada por los surcos que deja la experiencia y su abundante cabellera inundada por la nieve de los años, se atrevió a visitar la tan inhóspita aldea; no sin antes, inocularse con una original pócima de entusiasmo preparada por un anciano amigo hechicero. Cuando las desgastadas suelas de las malolientes botas de Lucho, pisaron las polvorientas calles de la aldea, por su agotada humanidad (desde el dedo gordo del pie derecho, hasta la última hebra de su grisácea cabellera) cabalgó desbocado un cosquilleo que activó de inmediato los antígenos de la extraña pócima, generando en el acto una inmunidad.

Después de sentir ese inusual cosquilleo, Lucho, comenzó su más insólita travesía, atisbando con sus verdolagas ocelos, cada uno de los particulares frontispicios de la villa, quedando sorprendido por la palpable somnolencia que su aguerrida humanidad sentía a cada paso. De la tercera construcción, luego de que su crujiente portezuela desplegara sus añosas alas, salió una perezosa voz que le daba la bienvenida; Buenos días, ¿le puedo servir en algo?

Cuando ese destemplado saludo entró en los pabellones auditivos de Lucho, este quiso saber de dónde provenía ese saludo tan holgazán; entonces se acercó con cautela a la puerta del caserón, y al fondo del gran solar, logró ver una espléndida hamaca que pendía de un par de arqueadas palmeras, donde alguien dormitaba. Lucho, caminó a paso de galápago, hasta el lugar donde se mecía con displicencia el joven propietario del inmueble. El: buenos días ¿Cómo está? Joven: Ummmm ¡¡qué pereza!! Muy bien gracias, ¿quién es usted? El: Soy Lucho López, y vengo a conocer este pueblo, Joven: ¿Qué viene a conocer en este pueblo? Esta muy temprano para salir a la calle. Aquí no hay nada que hacer ni conocer, está perdiendo el tiempo. Lucho impresionado por la parsimonia de este sujeto, miro su reloj, dándose cuenta que las manecillas marcaban las diez treinta de la madrugada; rápidamente giró su cuerpo, y comenzó el retorno a la calle para continuar su excursión. Unos pocos pasos antes de llegar al entreabierto portón, se escuchó nuevamente Joven: ¡¡Que pereza con usted!! ¿A dónde se dirige? Ya le dije que aquí no hay nada que hacer, El: iré a conocer su pueblo, nadie me lo puede impedir, Joven: buena suerte, que tenga un buen día.

El minucioso itinerario de Lucho, demoró el resto de día en concluir, dejándole una agradable sensación paz y una constelación de ideas turísticas para generar ingresos, realizando tures para visitar esta exótica población. Lucho al regresar a casa, con un archipiélago de ideas revoloteando por su cabeza, en primera instancia, visitó al hechicero con el propósito de adquirir una gran cantidad de dosis de esa magistral pócima, para inmunizar a los habitantes del caserío, y así poder iniciar su proyecto turístico, para dar a conocer al mundo los paradisiacos paisajes de aquel entorno montañoso, donde soñaba terminar sus días. Para su desgracia, aquel anciano hechicero, atacado por la demencia senil, no recordaba cómo había elaborado la pócima.

Lucho en la actualidad habita en aquel poblado, tratando de contagiar a sus moradores de entusiasmo para hacer realidad algún día su gran sueño.

Jaime  Eduardo Aristizábal Álvarez 

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1 comentario:

  1. Gracias amigo, por compartir esos cuentos cargados de palabras profundas y llenas de sentido. Saludes al Juan Soñador.

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