martes, 30 de noviembre de 2021

 

MERETRIZ

Ella, luego de un extenuante episodio de francachela, deambulaba motu proprio con sus pies desnudos y sus tacones en sus ambiciosas manos por la orilla del adormecido y frio piélago de la bahía cartagenera, dejando marcados uno a uno sus vestigios sobre el monocromático casquijo de la playa, mientras sus caramelizados ocelos veían como la estrella luminosa se desperezaba y comenzaba a invadir el oscuro Eliseo caribeño, sus huellas se desvanecían con el juguetear del salubre líquido, su intrépida cabellera rubia danzaba con Eolo en la silenciosa melodía del amanecer, en su apesadumbrada testa confluían millones de sinapsis queriendo entender su insípida vida, y de sus entrañas heridas de muerte por el desprecio, afloraban multitudinarios resentimientos que carcomían sus más grandes anhelos, la largura de su atavío carmesí incomodaba su ondulante y exótico andar, luego de unos cuantos kilómetros de solitario peregrinar, y ya con el empíreo descampado dándole paso al rey, ella, decidió parar y reintegrarse a su esclavizada vida de afamada meretriz,  que la traería de nuevo en pocas horas a este paradisiaco lugar, a descargar su desdicha frente al mar después de entregar sus bien formados y deseados ciento ochenta centímetros al mejor postor, por unos cuantos billetes verdes con los que podrá cumplir sus lujuriosos deseos, pero que seguirán desgarrando sus entrañas.  

                                                                                          Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez 

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