lunes, 2 de agosto de 2021

 



VITALICIA ESPERA

En aquella fascinante primavera, contemplando la placida oscilación de los lerdos fluidos en una paradisiaca marisma citadina, rodeada de guayacanes áureos, gimoteaba rememorando su inmarcesible amor; quien se ausentó sin decir adiós, una calurosa mañana de agosto, después de una abrasadora y extenuante noche de lujuria.

Luego de algunas mensualidades, perdió el juicio por la melancolía de su desamparo. (¿Dónde estás, amada mía, ¿Dónde estás?, te he anhelado con desespero, un insufrible cúmulo de extenuantes días, con sus interminables noches, mi vida tendrá sentido sólo si tu estas a mi lado. Aquí estoy esperándote en tu lugar favorito, te espero impaciente, para que revivíamos nuestras mejores veladas.) deseando poder recorrer nuevamente la peligrosa y excitante geografía de tu corporeidad.

Cada ángelus, después de soportar su aburridora jornada laboral, se le ve amilanado y postrado en un ermitaño banco de madera, en la ribera de la aquietada albufera; arrojando ansias de verla de nuevo, en forma de piedritas, que al hundirse configuran orbiculares bucles en el cristalino espejo acuoso.

 

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez 


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