viernes, 30 de julio de 2021

 


SEMPITERNO AMOR

    Siete quinquenios han pasado. A la testa de Pedro, un debilucho, desinteresado, serio y baqueteado pescador batelero, aterriza un maremágnum de inocentes recuerdos de su relación con Clara, su eterno amor (ella siempre me pidió que le bajara la luna y yo nunca pude, ahora aquí en esta perezosa soledad, sólo quisiera haberle podido cumplir sus deseos) que lo abandonó para perseguir sus dorados, ambiciosos y elegantes desvaríos de magnanimidad.

    Justo en esa oscura y huérfana noche de viernes, con los ánimos a punto de naufragar en el sabelotodo torrente amazónico, singlaba Pedro, de camino a la endiablada e inmisericorde tasca; paladeándose en su liliputiense imaginación, la engañosa crátera atiborrada de un suculento y añejo ron cubano; que le ayudaría a olvidarla (quiero verla, aunque sea en sueños, ella es mi vida, sin ella, mi vida no tiene sentido) Iba zigzagueando con destreza, encumbrado en su estilizada e iracunda canoa, evitando chocar con las espumosas olas viajeras.

    Pedro, rumiando sus habituales desvaríos nocturnales, perpetuaba una colosal dificultad, anhelando sacarla por fin de su aciaga existencia. A lo largo de la bonancible singladura, el misántropo lanchero, se percató del pendenciero    rebosamiento del torrente y de una lóbrega penumbra. Al izar su desprevenida ojeada, Pedro, vio como la cornuda luna se apeaba del azaroso éter, aminorando la cercanía a su flotante corcel. Luego de unos desquiciados instantes, la luminosa compañía atiborró la incauta eslora, ocasionando en Pedro, un matemático y fulminante ataque cardiaco y un silencioso naufragio, del que nadie en la inhóspita población se percató.

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez 


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