SONORA
CAMARADERIA
Cada rítmica cadencia que se
evadía del añoso saxofón, marcada por las huesudas falanges del instrumentista
azotacalles, galopaba por el grisáceo céfiro de la corrompida atmosfera
citadina, hasta aterrizar en las susceptibles aurículas del entusiasta
compinche perruno, quien se extasiaba con cada tono, internándose en un sin
igual embeleso.
Los despreocupados viandantes,
al observar la antiquísima zambomba, detenían su atareado garbeo, para amalgamarse
con el cardumen de salvajes matices sonoros, generando un apoteósico delirio
colectivo.
El estilizado artífice
rítmico, con su vestidura azabache de cabo a rabo, imantaba la voluntad de la
concurrencia, quienes dadivosamente aportaban sonoras pecunias, que lograban
conquistar el iracundo importe para sufragar la hospedería donde pernocta cada
día, al desaparecer el caluroso galán de las alturas.
Jaime Eduardo
Aristizábal Álvarez
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