miércoles, 21 de octubre de 2020

 


“DESDE MI TRAPECIO”

En la más fría temporada que mi humilde, pequeño y natural organismo recuerde, asomé al impluvio del labrantío dominio de mis antepasados, enclavado en la zona de Guatapé en el oriente próximo de la provincia de Antioquia en Colombia, en aquel lugar era donde ocurrían las inolvidables épocas de holganza de toda mi parentela, vivíamos los más bellos instantes fortaleciendo el vínculo familiar, avistando el espectacular azulado empíreo  donde nadaban hermosas orcas almidonadas interrumpiendo el tránsito de la deliciosa radiación solar.

Nuestro divertimento predilecto era un sencillo y ondulatorio trapecio armado con dos bicolores y homogéneas sogas que pendían de un colosal y octogenario árbol de ceiba, donde cada uno de los familiares volaba saludando los aires y recibiendo musicales caricias de Eolo, pasábamos estupendos periquetes compartiendo este sencillo juguete, observando a lo lejos las heterogéneas serranías teñidas con los exuberantes matices verde azules que reflejaban las praderas que se entretejían majestuosamente con el índigo del embalse y el cerúleo del firmamento  creando un ambiente inexplicablemente apolíneo.

Cada anochecida, mientras el coloso de la atmosfera sucumbía, todos los pubescentes nos concentrábamos en la periferia de una hoguera en silente escucha, para gozar de las inverosímiles historias narradas por el abuelo, que nos hacían desternillarnos con sus ocurrencias, que a la hora del descanso interrumpían nuestro sueño haciéndonos muchas veces pasar la noche en vela. 

Hoy, cinco quinquenios después, aquel trebejo persiste suspendido en los travesaños remilgosos de nuestros recuerdos añorando la compañía de la octogenaria ceiba.

                                                                                                       
                                                                                                        Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez 


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1 comentario:

  1. Un inesperado viaje al pasado. Es bello recordar aunque no sea la misma historia, cuando siendo niños o adolescentes, era un divertido pasatiempo estar viajando en los columpios y tocar las nubes o las ramas altas de ese alto árbol que nos brindaba tan agradables momentos. Recordar es vivir dos veces la misma historia. Gracias por llevarme a los recuerdos.

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