AMOR POR SIEMPRE
En una musical y húmeda tarde de otoño, en el cielo puritano
y heterogéneo de una tranquila población ribereña, se divisaba una jauría de
cirrocúmulos que relinchaban en el azulado crepúsculo multicolor,
entremezclándose majestuosamente con la arboleda pigmentada de árboles azules,
rojos, verdes, amarillos que se reflejaban coquetamente en las cristalinas
aguas del ancho afluente, dejando una sensación de iridiscencia y paz que los
descuidados transeúntes, y las yuntas de enamorados disfrutaban piando palabras
de asombro.
Emilio, un apuesto joven de talla alta y cuerpo
atlético, vestido elegantemente de pies a cabeza como su madre le enseñó, con
borceguís negros brillantes como en el ejército, pantalón azul con delicadas rayas
albinas adornado con un fino fajín de odre azabache, camisa blanca de cuello
del cual colgaba una sencilla pajarita roja con rayas blancas, y un chaquetón
celeste que lo cubría de la ondulatoria y fría brisa, su cabellera corta se
escondía en un holgado quepis azul oscuro, su piel canela donde resaltaban sus
pupilas verde esmeralda, napia pequeña y achatada, dentadura blanca y bien
formada que se adornaba con una rozagante sonrisa, hijo de una modesta
costurera que hilvanaba los más elegantes vestidos para las féminas de la
farándula de todo el país, para muchas de las jóvenes en edad de merecer, era
el príncipe azul que pedían para que su cuento de hadas se hiciera realidad.
Sara, una chica sencilla que irradiaba belleza por
cada uno de los poros en sus 175 centímetros de estatura, piel blanca como la
sal, ojos caramelizados, nariz respingada, dentadura perfecta, labios carnosos,
una cabellera crespa azabache, brazos largos y delgados que terminan en unas
suaves, cálidas y bien mantenidas manos, piernas largas y torneadas que hacen
mover con elegancia sus espectaculares vestidos floreados; personalidad
apabullante con una voz melodiosa y una inteligencia creativa que sobrepasa los
límites de la belleza, ella es la hija del tendero más apreciado del pueblo, y
la joven más pretendida por los jóvenes de la región quienes la quisieran
conquistar para alcanzar la felicidad.
Esa apacible y juguetona tarde, Cupido y Eolo,
dispersaron coquetas melodías que peregrinaron por todo el pueblo llegando
desprevenidamente a los oídos de Sara y Emilio, quienes fascinados por lo que
escuchaban sus aurículas, salieron deslizando sus humanidades hasta la orilla
del rio, donde Cupido y Eolo, complacían con sus notas toda la Riviera.
Cuando Sara y Emilio dejaron sus huellas en la orilla
del afluente (curiosamente en el mismo lugar) sus miradas se entrecruzaron
haciendo florecer en ellos unas risitas coquetonas, y antes de que la gran
estrella luminosa de escondiera ocultando su enjambre de luces, Emilio y Sara
deambulaban tranquilamente mojando sus pies en las tranquilas aguas del
torrente. Ese rozagante crepúsculo amalgamó la vida de estas dos inocentes y
cristalinas almas.
Pasaron los días, las semanas, los meses y cada tarde
ellos se encontraban en ese mismo lugar que los unió para compartir mágicos
momentos, arrojando piedritas al cauce y soñando con un futuro juntos. mi amor,
soy tan fausto a tu lado, (suspirando) asimismo mi amor, me siento el gachó más
feliz a tu lado, ¿sabes una cosa? Yo, contigo, marchase hasta el acabamiento de
la creación, ¿estas plenamente segura?, como nunca lo he estado, encaminemos
nuestras almas hacia la felicidad, contigo hasta mi óbito, tu voz me hirsuta la
piel, te amo.
Un domingo, a la misma hora y en el mismo lugar, se
encontraron ellos y caminando tomados de la mano siguieron el cauce del rio
hasta perderse en el infinito, hoy día, en aquella población ribereña nadie
sabe del paradero de esta peculiar pareja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario