jueves, 22 de octubre de 2020


AMOR POR SIEMPRE

En una musical y húmeda tarde de otoño, en el cielo puritano y heterogéneo de una tranquila población ribereña, se divisaba una jauría de cirrocúmulos que relinchaban en el azulado crepúsculo multicolor, entremezclándose majestuosamente con la arboleda pigmentada de árboles azules, rojos, verdes, amarillos que se reflejaban coquetamente en las cristalinas aguas del ancho afluente, dejando una sensación de iridiscencia y paz que los descuidados transeúntes, y las yuntas de enamorados disfrutaban piando palabras de asombro.

Emilio, un apuesto joven de talla alta y cuerpo atlético, vestido elegantemente de pies a cabeza como su madre le enseñó, con borceguís negros brillantes como en el ejército, pantalón azul con delicadas rayas albinas adornado con un fino fajín de odre azabache, camisa blanca de cuello del cual colgaba una sencilla pajarita roja con rayas blancas, y un chaquetón celeste que lo cubría de la ondulatoria y fría brisa, su cabellera corta se escondía en un holgado quepis azul oscuro, su piel canela donde resaltaban sus pupilas verde esmeralda, napia pequeña y achatada, dentadura blanca y bien formada que se adornaba con una rozagante sonrisa, hijo de una modesta costurera que hilvanaba los más elegantes vestidos para las féminas de la farándula de todo el país, para muchas de las jóvenes en edad de merecer, era el príncipe azul que pedían para que su cuento de hadas se hiciera realidad.

Sara, una chica sencilla que irradiaba belleza por cada uno de los poros en sus 175 centímetros de estatura, piel blanca como la sal, ojos caramelizados, nariz respingada, dentadura perfecta, labios carnosos, una cabellera crespa azabache, brazos largos y delgados que terminan en unas suaves, cálidas y bien mantenidas manos, piernas largas y torneadas que hacen mover con elegancia sus espectaculares vestidos floreados; personalidad apabullante con una voz melodiosa y una inteligencia creativa que sobrepasa los límites de la belleza, ella es la hija del tendero más apreciado del pueblo, y la joven más pretendida por los jóvenes de la región quienes la quisieran conquistar para alcanzar la felicidad.  

Esa apacible y juguetona tarde, Cupido y Eolo, dispersaron coquetas melodías que peregrinaron por todo el pueblo llegando desprevenidamente a los oídos de Sara y Emilio, quienes fascinados por lo que escuchaban sus aurículas, salieron deslizando sus humanidades hasta la orilla del rio, donde Cupido y Eolo, complacían con sus notas toda la Riviera.

Cuando Sara y Emilio dejaron sus huellas en la orilla del afluente (curiosamente en el mismo lugar) sus miradas se entrecruzaron haciendo florecer en ellos unas risitas coquetonas, y antes de que la gran estrella luminosa de escondiera ocultando su enjambre de luces, Emilio y Sara deambulaban tranquilamente mojando sus pies en las tranquilas aguas del torrente. Ese rozagante crepúsculo amalgamó la vida de estas dos inocentes y cristalinas almas.

Pasaron los días, las semanas, los meses y cada tarde ellos se encontraban en ese mismo lugar que los unió para compartir mágicos momentos, arrojando piedritas al cauce y soñando con un futuro juntos. mi amor, soy tan fausto a tu lado, (suspirando) asimismo mi amor, me siento el gachó más feliz a tu lado, ¿sabes una cosa? Yo, contigo, marchase hasta el acabamiento de la creación, ¿estas plenamente segura?, como nunca lo he estado, encaminemos nuestras almas hacia la felicidad, contigo hasta mi óbito, tu voz me hirsuta la piel, te amo.

Un domingo, a la misma hora y en el mismo lugar, se encontraron ellos y caminando tomados de la mano siguieron el cauce del rio hasta perderse en el infinito, hoy día, en aquella población ribereña nadie sabe del paradero de esta peculiar pareja. 

Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez 


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