domingo, 26 de abril de 2020




EXCUSAS  PARA EL AMOR

El último día de la semana, borrascoso y frio, mientras la gordiflona estrella solar ocultaba su figura tras el cordón montañoso, ellos aguardaban impacientemente de pie, la llegada del autobús del sistema integrado de transporte más cercana a sus empleos; cuando las saetas del cronógrafo marcaban las dieciocho treinta horas, los dos percibieron su presencia. Aun siendo completamente inéditos entrecruzaron algunos vocablos, despellejando del mal servicio del sistema, y un centenar de picarescas ojeadas a la humanidad del otro. Luego de varios minutos, él, haciendo sonar su gruesa y melodiosa voz, con un pausado ritmo que reflejaba su galantería, El: ¿Dónde trabajas? Atropellándolo con una indiferente mirada de sus penetrantes ojos negros, Ella: en el séptimo piso del edificio central, en un laboratorio clínico. (que tipo tan insistente, aunque mirándolo bien está bien parecido, y tiene muy bonita voz ¿estará libre?) El: ¿En el edificio central? me parece increíble que no nos hallamos encontrado antes, Ella: ¿por qué tendríamos que habernos encontrado? La ciudad es muy grande, (que mujer tan brava, ¿así será siempre? Aunque también está muy linda, ¿tendrá pareja?) El: Tranquila, no hay problema, no quiero incomodarle, solo quería hacer la espera más amena, disculpe, Ella: Oh, no, no hay problema, discúlpeme usted a mí, la respuesta tan brusca, es que, he tenido experiencias poco agradables y ya no confío en nadie, sin embargo, su rostro me genera confianza. (la verdad, lo que me produces es deseos de conocerte tus zonas ocultas) ¿Usted donde trabaja?, El: trabajo en el piso trece del mismo edificio, en una oficina de arrendamientos, Ella: sí es increíble, que estando en el mismo edificio y esperando el mismo sistema de transporte, nunca nos hayamos cruzado, (que desperdicio, mira esa sonrisa, ese cabello, uff esta como para dejarse querer) El: La vida nos pone en el sitio exacto, a la hora exacta, para conocer a alguien especial, y hoy me tocó a mí, el estupendo regalo de conocerla a usted. Con el rostro sonrojado que resaltaba su constelación de fantasiosos lunares, lo miró sonriendo, (y es hasta filosofo ja,ja,ja, que rico fuera que estuviera soltero, para hacerlo caer en tentación)  Ella: lo mismo digo, es una fortuna conocer gente amable en estos desesperantes momentos de espera.

           La insaciable y microscópica llovizna aún se precipitaba sobre la totalidad de la metrópoli, haciendo la espera más insoportable. La menuda y bien formada humanidad de ella tiritaba de frio, por estar sólo cubierta con un blusón celeste tejido con finos hilos de seda, que cubría su torso y sus bien formados remos, y de una diminuta basquiña bermellón, que dejaban al aire sus torneados y bronceados muslos. además, portaba unos largos borceguís de cabritilla azabaches. él enderezando su mediana contextura corporal y estirando sus brazos fortachones, haciendo alarde de ser un galán principesco, para capturar su total atención, se despojó de su gabán plomizo y cubrió por completo el cuerpo de la agradecida mujer (con este detalle sí caerá redondita a mis brazos), que le estaba robando toda su atención allí parado en la fría noche capitalina. Ella tímidamente aceptó el abrigo y de inmediato su cuerpo recuperó la temperatura de confort. (este es mi hombre, detallista, de buena conformación, de mi estatura, faltará conocerlo mejor para dejarme querer y quererlo como nos lo merecemos)

           Después de unos inmisericordes y helados cincuenta minutos de espera y sin ninguna probabilidad de que llegase el autobús, él dejando ver a la vista de todos, su caballerosidad volteó a mirarla. El: La noche está que congela, el sistema de transporte colapsado, nosotros con deseos de un exquisito trago de alguna bebida caliente, para salir de la hipotermia. la invito a que nos tomemos un cafecito, en el local de café que hay en el primer piso del edificio central, y luego si a usted no le molesta y me lo permite la acompaño hasta su casa en un taxi. (que diga que sí, que diga que sí) Ella deslumbrada por tanta caballerosidad, aceptó encantada la invitación. (definitivamente este hombre vale la pena, me dejaré atender a ver hasta dónde llega) Entonces caminaron junticos arropándose con el emparamado y oloroso abrigo hasta el dichoso local, donde se tomarían el tan anhelado brebaje caliente. Al llegar al lugar, se percataron que la única mesa disponible estaba justo al lado de la chispeante y ardiente chimenea, que generaba el ambiente propicio para combatir el penetrante e insoportable frio, y compartir una inolvidable velada con una excelente compañía. Ellos sin reparo alguno, ocuparon la mesa y ordenaron para comenzar, dos exquisitos café Moka.

          Minutos después, ya habiendo recuperado su temperatura corporal, ambos sintieron como sus solitarias entrañas fueron atravesadas por las carismáticas saetas de Cupido, que los hizo navegar por los aires de aquel fantástico lugar. El: ¿deseas tomar algo más? Ella: pues, por mi encantada, aunque no sé qué tengas que hacer tu más tarde, El: tranquila, este ambiente idílico y la placentera compañía me despertaron el instinto conquistador, ahora iré tras el espléndido amor de mi doncella, Ella: entonces saca todo el arsenal y sorpréndeme, El: pidamos algo más fuerte, ¿tinto o blanco? Ella: tinto. 

          Al calor de la absorbente y abrazadora fogata y del exquisito morapio, pasaron las horas sin que ellos se dieran cuenta, de que el intrépido cronómetro estaba a punto de marcar la media noche, y el acicalado establecimiento estaba clausurando sus placenteras prestaciones por ese día. Cuando el mesero les trajo la cuenta, El: Yo pago, porque, como dice mi abuelo, “Donde hay hombres las mujeres no sufren”. Es por eso que te llevaré a la puerta de tu casa como si fueras una princesa, aunque este príncipe no tenga carruaje propio. Ella: La princesa encontró en esta friolenta e imborrable velada, a su príncipe azul, y se dio cuenta que los pequeños detalles y la buena compañía, son más importantes para conquistar su corazón, que tener un carruaje lujoso. Estando a las afuera del antojadizo local, sobre la congelada y solitaria acera en una céntrica arista, él con un insospechado ademan detuvo un taxi.

         Desde esa friolenta y fantástica noche, ellos continúan esperando juntos el autobús en el mismo lugar. Cada viernes cumplen su fervoroso encuentro con Eros, para ingerir en ese estimulante y afrodisiaco cáliz la porción exacta del exquisito vino tinto que seguirá alimentando sus idílicos encuentros, al calor de aquella chimenea que encendió su romance.

 

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia*





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