Con el ronroneo ensordecedor de Max,
mi gato, despierto cada mañana de mi plácido sueño; con deseos de tomarme una exquisita
taza de café colombiano frente a la ventana del noveno piso donde vivo. De pie, frente de la empañada cristalera, enfoco mis retinas
azuladas en el esplendor del índigo empíreo, que se amalgama con el verdor de
las montañas y los calurosos rayos solares, creando un maravilloso espectáculo mientras
el sol conquista las alturas.
Con el primer sorbo del delicioso elixir azabache, comienza
mi detallado recorrido por los ventanales de las torres vecinas, donde cada aurora
puedo disfrutar de las más inesperadas funciones. En la vidriera del
apartamento 1501, cada amanecer, veo como Estela, una hermosa mujer de apenas doscientos
diez y seis meses de edad, llega con un altísimo porcentaje de alcohol navegando
por su torrente sanguíneo, y lagrimeando cual caudalosa catarata, queriendo
estar en el nido de amor que abandono hace pocos meses, dejándose guiar por aquel
sujeto que está patrocinando su gran ambición.
En el apartamento 1502 Marcos, inicia su silenciosa faena
de violencia intrafamiliar, golpeando sin razón alguna por varios minutos a su
subyugada cónyuge. Unos pisos más abajo, cómodamente sentado en su silla
mecedora, puedo ver a don Javier, un gracioso anciano, que antes de rayar el
alba, ya está fumando plácidamente un enorme habano acariciando a su fiel
compañero canino, mientras su esposa lo llama a desayunar.
En el balcón del segundo nivel, cada amanecer se sienta Nicolás, acompañado de unas arrugadas hojas en blanco y un gastado lápiz # 2, con los que intenta traer a su memoria y escribir los recuerdos de su amado barrio, de donde tuvo que salir huyendo hace ya varios meses a causa de la absurda violencia. Abajo en la primera planta de la torre del frente, atisbo el creciente romance entre el galán de Fabio, el portero, y Claudia, la empleada del apartamento 701. Justo en frente de mi ventanal, se alcanza a divisar un curioso gato blanco, como un helado de vainilla, que se acuesta todas las mañanas a tomar un espléndido baño de sol en el ventanal.
Al regresar a mi terruño
después de algunos años de ausencia, me entero si querer que muchas cosas han
cambiado en mi barrio. Supe por las habladurías en el ascensor que la bella
estela, iniciando la tercera semana del mes de agosto de la pasada anualidad,
sintiéndose triunfadora saltó al vacío intentando ganar nuevamente su
libertad. Por aquellas cosas de la casualidad, estando en la tienda, llego a
mis oídos la noticia de que Marcos, el vecino del 1502 se convirtió en el primer uxoricida
de su familia y ahora paga una larga condena. El fiel amigo canino, la esposa y
la silla mecedora de don Javier, buscan quien los haga sentir vivos otra vez.
Nicolás, con la ayuda de un
hermano ya publicó su primer libro, donde plasmó con inmensa tristeza un sin
número de historias de su amado vecindario. Y ustedes no me lo van a creer, el
amorío entre Fabio y Claudia ha dado frutos, contrajeron matrimonio y ahora
están en el aprendizaje de ser padres de un par de gemelos. Y para mi sorpresa,
en el ventanal del frente ya se puede observar los elegantes movimientos de una
encantadora familia de mininos.
Definitivamente con las historias de este vecindario
podría escribir una novela de todos los géneros.
Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez
La inspiración que producen nuestros vecinos. Muy bueno.
ResponderEliminar¡UNA GENIALIDAD, JAIME! ¡Felicitaciones!
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