Mientras
mis escuálidas huellas, se dibujaban en el acuoso adoquinado del huraño
callejón céntrico, de la paradisiaca villa que me parió; mis bulliciosos
ocelos, atisbaban las intrigantes ramificaciones enrojecidas entrelazadas, que crean
una hechicera umbría bermellón. A cada paso, mis entrañas incrementaban sus
ladridos, exaltados por tornar al memorable terruño familiar.
Los
antiquísimos dinteles de los rústicos pórticos, entreabrían sus retocadas alas,
acogiendo afablemente al forastero. Los grisáceos frontispicios contrastaban
con la colorada vegetación aérea. El anticuado velocípedo de la estafeta,
hincado en el seto germen del ruborizado ramaje, me reafirmaba que Cronos había
detenido su recorrido, extasiado por la exuberancia colorimetría de la apolínea
población.
Ensimismado
estoy, exhumando reminiscencias de mis anualidades juveniles, entre estos
esplendidos parajes, con índigos empíreos. Aquí es, sin duda, donde apetezco clausurar
mi existencia en el eón estipulado por el hacedor.
Particulares escritos que dan muestra única del escritor.
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