viernes, 30 de octubre de 2020

 



"LOLITA EN LA PLAYA”

Lolita, una hermosa y afectuosa impúber, rebotaba y vociferaba puritanos vocablos atiborrados de entusiasmo, con su ajuar majestuosamente ornamentado con horizontales trazos multicolores, acicaladas con minúsculos ramilletes florales; su casquete de broza arropaba su delicada y risueña haz, sus brillantes y enormes ocelos grises glugluteaban de júbilo al observar el fascinante oleaje policromático del gigante oceánico.

Al tocar por primera ocasión las cristalinas partículas de arenisca del litoral, que jugueteaban caprichosamente con el bamboleo de la marejada multicolor. Ella, junto a su prieto acompañante felino, gozaban con el hormigueo que les generaba la ardiente arenisca, para evitar que se achicharrasen sus principiantes y mimosos pies, desplegaron un divertido cuadrilátero con trazos albirrojos donde saltaron emocionados huyendo de la hirviente arena.

Lolita, aupó su cacumen para otear al azulado éter, donde flotaban aleteando sigilosamente unos fantásticos seres creando una magistral escena que embelesó a la impúber fémina. El curioso felino con su musical ronroneo despertó del mágico sueño a Lolita, haciéndola reintegrarse a la realidad.

La niña quiso flotar en los apacibles fluidos del coloso salino, deambuló paso a paso por la hirviente sábula trazando un delicado rastro que su mulato y mimoso compinche escoltó con fantásticas cabriolas de jaleo. Cuál sería la conmoción del felino al tocar el salado fluido, que reculó con un enérgico salto huyendo del líquido, Lolita al darse cuenta del hecho se reintegró a la costa a cuchichear a su asustado camarada.

A partir de ese día, cada vez que Lolita y su inseparable morrongo garbean por la playa, él, acompaña a su fiel amiga jugueteando alegremente con la arena, claro está, que lejos del terrorífico fluido que lo horrorizó aquella primera vez, entretanto, ella cada vez más se regocija con las inconstantes y cálidas oleadas que se entrelazan con el índigo del firmamento, creando una taumatúrgica atmósfera.  


                                                                                                         Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez 


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