jueves, 7 de julio de 2022


*MELODIOSA APARICIÓN*

Por los sinuosos caminos de mi memoria, cabalga desbocado el recuerdo de Miguel, ese niño labriego campesino, de piel caucásica donde habitaba un archipiélago de pecas, ojos caramelizados y saltones, manos trabajadoras y una sonrisa despoblada, que conocí en mi último viaje a la vereda donde habitan mis octogenarios yayos.

Como olvidar aquel día, antes de rayar el alba, cuando mis botas surcaban las entrañas de una cenagosa trocha que desembocaba en ese sórdido acantilado, (¡¡Que delicia!! Recordar estos parajes donde pase tan buenos tiempos en mi infancia) desde el cual se divisa una polifacética colcha de retazos, creada por la fascinante gama de colores de los minifundios que alegran la vista.

Luego de unos minutos de tornasolado deleite, proseguí mi recorrido por las escalofriantes faldas de la cordillera rumbo al valle; Cuando los tentáculos calóricos del astro conquistaron la cumbre del éter dándole la bienvenida a la mitad del día, mis agotadas piernas se detuvieron al ver un pequeño hombrecito que llevaba al hombro un deteriorado azadón y  jugaba con un cuarteto de desnutridos caninos mientras susurraba …me voy al monte pa ´curar mis penas …a ver si encuentro la sonrisa que perdí … me voy al monte pa´ llenar mis venas … de la savia pura que allí conocí … me voy al monte pa´ curar mis penas …(canción: Me voy para el monte, compositora e interprete: Katie James) esos entristecidos acordes penetraron como fuego abrazador por mis pabellones auditivos, generando en mí una parálisis general, porque ese tema lo entonaba con maestría mi abuela, y desde el día de su muerte no lo había vuelto a escuchar.

Pasados algunos minutos, desperté del letargo queriendo saber quién era ese ser humano que entonaba ese melódico recuerdo, y para mi desdicha, no encontré a nadie en el camino hasta pisar las baldosas de la cabaña de mi abuelo.

Con una intriga enorme y sin saludar a nadie pregunté: ¿Quién más fuera de la familia interpreta “Me voy al monte”? Mi abuelo con sus brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja me contestó: esa canción la última vez que se escuchó por estas tierras, fue cuando la entonaba el pequeño Miguel, antes de tropezar y caer por el acantilado y perder la vida, rodeado de sus cuadrúpedos y peludos amigos con los que disfrutó la vida.

*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia.*


 

2 comentarios:

  1. Qué sensaciones pueden despertar un relato poético tan bien escrito, y además llevarnos a la reflexión de la relatividad de la vida. Gracias Jaime por compartir tus talentos. Moisés S. Hdez.

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