*MELODIOSA
APARICIÓN*
Por los sinuosos caminos de mi memoria, cabalga desbocado el recuerdo de
Miguel, ese niño labriego campesino, de piel caucásica donde habitaba un
archipiélago de pecas, ojos caramelizados y saltones, manos trabajadoras y una
sonrisa despoblada, que conocí en mi último viaje a la vereda donde habitan mis
octogenarios yayos.
Como olvidar aquel día, antes de rayar el alba, cuando mis botas surcaban
las entrañas de una cenagosa trocha que desembocaba en ese sórdido acantilado,
(¡¡Que delicia!! Recordar estos parajes donde pase tan buenos tiempos en mi
infancia) desde el cual se divisa una polifacética colcha de retazos, creada
por la fascinante gama de colores de los minifundios que alegran la vista.
Luego de unos minutos de tornasolado deleite, proseguí mi recorrido por
las escalofriantes faldas de la cordillera rumbo al valle; Cuando los
tentáculos calóricos del astro conquistaron la cumbre del éter dándole la
bienvenida a la mitad del día, mis agotadas piernas se detuvieron al ver un
pequeño hombrecito que llevaba al hombro un deteriorado azadón y jugaba con un cuarteto de desnutridos caninos mientras
susurraba ♫…♪…me voy al monte pa ´curar mis penas ♫…♪…a ver si encuentro la sonrisa que perdí ♫…♪… me voy al monte pa´ llenar mis venas ♫…♪… de la savia pura que allí conocí ♫…♪… me voy al monte pa´ curar mis penas ♫…♪…(canción: Me voy para el monte, compositora e interprete: Katie James) esos entristecidos acordes penetraron como
fuego abrazador por mis pabellones auditivos, generando en mí una parálisis
general, porque ese tema lo entonaba con maestría mi abuela, y desde el día de
su muerte no lo había vuelto a escuchar.
Pasados algunos minutos, desperté del letargo queriendo
saber quién era ese ser humano que entonaba ese melódico recuerdo, y para mi
desdicha, no encontré a nadie en el camino hasta pisar las baldosas de la
cabaña de mi abuelo.
Con una intriga enorme y sin saludar a nadie
pregunté: ¿Quién más fuera de la familia interpreta “Me voy al monte”? Mi abuelo
con sus brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja me contestó: esa canción
la última vez que se escuchó por estas tierras, fue cuando la entonaba el pequeño
Miguel, antes de tropezar y caer por el acantilado y perder la vida, rodeado de
sus cuadrúpedos y peludos amigos con los que disfrutó la vida.
*Jaime Eduardo Aristizábal Álvarez – Colombia.*

Buena narración bucólica
ResponderEliminarQué sensaciones pueden despertar un relato poético tan bien escrito, y además llevarnos a la reflexión de la relatividad de la vida. Gracias Jaime por compartir tus talentos. Moisés S. Hdez.
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